Vaga esperanza rodea al sufrido pueblo yemenita, en medio de una fugaz coyuntura internacional por la inminencia de una catástrofe humanitaria, el brutal asesinato del periodista, Jamal Khashoggi y la creciente presión internacional sobre Arabia Saudita y su aliado estratégico, EU.
El pasado miércoles, el británico, Martin Griffiths, enviado especial de la ONU para Yemen, anunció que delegaciones del gobierno yemenita y rebeldes Huthi, realizaran “consultas” en el centro de conferencias del castillo de Johannesberg, al norte de Estocolmo, Suecia.
Por parte del cuestionado Gobierno acude una delegación encabezada por el ministro de Exteriores, Khaled al Yemani y del lado Huthi 4 rebeldes y 4 representantes del Gobierno de Salvación Nacional. La frágil iniciativa de paz, que tendrá una duración de una semana, tiene el propósito de frenar los bombardeos de la coalición saudita y el lanzamiento de misiles hutíes sobre la monarquía Saudí.
El objetivo que persigue el enviado especial de la ONU con el frágil encuentro, es lograr medidas de confianza entre las partes, como intercambio de prisioneros, reapertura de aeropuertos, pago de salarios a empleados públicos y garantías de acceso para la ayuda humanitaria a la población.
A pesar de lo incierto del encuentro entre los dos contendientes, por no conocerse la voluntad de Arabia Saudita e Irán, que son los que atizan el fuego en Yemen, cierto optimismo rodea la cita por ser primera vez que ambas partes sostienen conversaciones, desde el fracaso del primer intento en Kuwait en abril de 2016 y la quinta frustrada tentativa de negociaciones de paz en los últimos 3 años.
A mediados de los 90 del pasado siglo, el movimiento Huthi luchaba pacíficamente por mejorar las condiciones de vida de la minoría zaydí, una rama del islam shií formada por un tercio de los 28 millones de yemenitas. Cuestionando los acuerdos políticos que siguieron a las protestas callejeras de la primavera árabe en 2011, los Huthi formaron una poderosa milicia y con el apoyo de las tropas leales al expresidente Ali Abdalá Saleh en septiembre de 2014, derrocaron al presidente, Abdu Rabu Mansour Hadi, actualmente exilado en Arabia Saudita.
A partir de entonces, la monarquía saudita intervino militarmente en el conflicto para reinstaurar en el poder a Mansour Hadi, liderando una coalición militar internacional formada por varios gobiernos suníes con aprobación de las potencias occidentales, que concitó la solidaridad de Irán hacia los rebeldes hutíes. La guerra civil yemenita, convertida en escenario de rivalidad regional entre Arabia Saudita e Irán, ha ocasionado hasta el momento más de 10 mil muertos y una crisis humanitaria sin precedentes.
Según Fabrizio Carboni, director regional del Comité Internacional de la Cruz Roja, “el pueblo yemení no da más de sí y lo único que aguarda es el fin de su terrible padecimiento” (…) “El acuerdo es uno de los primeros pasos positivos en Yemen en mucho tiempo. Esperamos que contribuya a forjar la confianza necesaria, para una solución política al conflicto”, agregó Carboni.
Sin embargo, Hisham el Omeisy, prestigioso analista yemení, advierte: “Yemen se dirige hacia la balcanización. Hay muchas facciones con poder sobre el terreno y están armadas hasta los dientes” (…) “El plan de paz de la ONU, resulta muy simplista. (…) “Una de las razones por las que la contienda no decae, es porque todas las partes en liza tienen un interés económico en que perviva (…) Es el pan de los señores de la guerra, de los que están con la coalición saudí y con los hutíes”.