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Internacional

Socialismo, riqueza y justicia social

Jorge Gómez Barata

Según una curiosa paradoja, el socialismo, una expresión avanzada del pensamiento político y social, tiene demasiadas deudas con el pasado y en algunos casos, confusiones que llevan a considerar como herencias, presupuestos que en realidad son lastre.

En ninguna parte podrá avanzarse hacia el socialismo mientras las vanguardias políticas que lo impulsan no se aparten resueltamente de los errores teóricos, los prejuicios ideológicos y los mitos que condujeron al colapso a experiencias recientes y se atengan a preceptos científicamente fundados, conceptos económicos contemporáneos, perspectivas sociológicas avanzadas, así como a lecturas correctas de la realidad.

El pensamiento de Marx no fue nunca una utopía y ni siquiera un proyecto de sociedad, sino una aproximación científica a lo que, a su juicio, en consonancia con el determinismo de una metodología científica, podía ser la evolución de la Europa que conoció.

No es verdad, como en calidad de dogma estableció la literatura soviética, que Lenin fuera un fiel continuador de Marx. Los hechos evidencian que se trató de un renovador que inspirado en sus enseñanzas formuló una nueva concepción del socialismo que, como es conocido, la muerte le impidió llevar a vías de hecho. Para más fatalidad, no tuvo en Stalin un exégeta ni un continuador.

Los avances hacia el socialismo, sobre todo cuando son promovidos desde el subdesarrollo, caracterizado por el atraso y la pobreza, necesariamente han de auspiciar ambientes que estimulen la creación de riquezas en escalas que como las de los primeros planes quinquenales soviéticos, los años iniciales de la Revolución Cubana y los ritmos de crecimiento de China y Vietnam, propicien el rápido progreso y el acceso de las mayorías al consumo y al confort que, aunque moderado y mediado por la promoción de valores, satisfaga las necesidades de las personas en el siglo XXI.

La necesidad de regular la distribución y el uso de la riqueza creada, aunque de modo licito en abrumadoras cantidades y su distribución inequitativa que profundiza las desigualdades y genera injusticia social, es una preocupación de científicos sociales, juristas, economistas, estadistas, hombres de fe incluso, de las iglesias de hoy.

No obstante, tales preocupaciones, no deberían conllevar a acciones que obstaculicen la creación de nuevos bienes, servicios y valores que al exceder las necesidades de consumo de quienes las generan, usualmente terminan reinvirtiéndose y generando nuevos valores y empleos. Por otra parte, los estados cuentan con argumentos legítimos y recursos jurídicos eficaces para enfrentar ese fenómeno. Algunos ya los ponen en práctica.

En ninguna época y en ninguna parte, la justicia social ha sido otorgada como dadiva de los ricos hacia los pobres, sino que ha sido impuesta.

La riqueza bien habida, ligada a innovaciones trascendentales, entre ellas las asociadas a las nuevas tecnologías, no es intrínsecamente perversa como la amasada por opresores, explotadores y trúhanes. Perseguir la mala riqueza y alentar aquella que participa del progreso y genera beneficios, quizás sea una plataforma política avanzada. Respetuosamente sugiero pensar en ello.

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