Pedro Díaz Arcia
La primera dama estadounidense, Melania Trump, al mostrar en la “pasarela” de la Casa Blanca, donde hizo gala de los ostentosos arreglos navideños, presumió que reflejan el espíritu de América, pero no es así. Washington lo considera como la recreación de la política imperante a mediados del siglo XX, recién concluida la Segunda Guerra Mundial. Y para nuestros pueblos radica en su voluntad de paz, igualdad y desarrollo, sin injerencias.
Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano, dijo el lunes en la Universidad de Louisville, Kentucky, que su país ayudará a los “gobiernos legítimos” de América Latina para evitar que las protestas se conviertan “en sublevaciones”. Y no faltó el acto prepotente del presidente Donald Trump al anunciar que venderá el petróleo ocupado al Ejército Islámico en Siria; cuando la presencia militar estadounidense en el país árabe viola de manera flagrante el derecho internacional. Un intervencionismo destilado.
En el célebre discurso pronunciado en el Westminster College de Fulton (Missouri), Estados Unidos, por el entonces primer ministro británico, Winston Churchill, en marzo de 1946, quedaron establecidas las bases ideológicas de la “Guerra Fría”. Allí afirmó: “Nadie sabe qué pretende hacer la Rusia Soviética y su organización Comunista Internacional en el futuro inmediato”, ni cuáles son los límites si existe alguno, “a su tendencia expansiva y proselitista”. En otro momento dijo la antológica frase; “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de hierro. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa Central y Oriental”.
El líder de Reino Unido expuso la idea de que no debía existir un equilibrio militar, sino la necesidad de mantener el dominio atómico, defender a los pueblos del totalitarismo y promover la democracia existente en sus respectivos países.
¿A cuál “democracia” se refería Churchill, cuando los territorios coloniales dependientes de Londres multiplicaban decenas de veces los de Gran Bretaña? Curiosamente, el gobernante inglés diría alguna vez: “El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”.
Para completar la visión común a largo plazo el presidente Harry Truman, un año después, en marzo de 1947, en su discurso ante el Congreso fijó las pautas de lo que se conoce como la doctrina Truman, una plataforma anglo-estadounidense basada en el uso o la amenaza de su uso para preservar los intereses de Occidente, considerando la división del mundo en dos campos antagónicos e incompatibles. En su mandato financió a gobiernos dictatoriales para evitar la expansión del comunismo.
Entre 1945 y1956 esta concepción geoestratégica implicaría la formación de entidades internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que adquirió existencia oficial en octubre de 1945; así como de bloques militares también tutelados por Estados Unidos y que se convertirían en los pilares de esta política tendiente a la hegemonía mundial.
Así surgieron en abril de 1949 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); en 1954 la Organización del Tratado del Sudeste de Asia (SEATO), para luchar contra los movimientos de liberación nacional en la región; el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) suscrito en septiembre de 1947; y la panamericana Organización de los Estados Americanos (OEA), en abril de 1948, entre otras alianzas dependientes de Washington. Todo en función de garantizar la prevalencia del sistema.
Pero no se debe olvidar que hay otra América, el alma renacida del continente, mezcla de raíces indígenas, africanas, asiáticas y europeas que conforman otra realidad difícil de borrar.