Jorge Gómez Barata
Las realidades del mundo de hoy, incluido el Tercer Mundo, han sobrepasado algunas nociones teóricas y pol?ticas que estuvieron vigentes en el siglo XX cuando ocurrieron las revoluciones de México, Rusia, China, Vietnam y Cuba. La idea de que para progresar, las ex colonias necesitan transitar del capitalismo al socialismo, pertenece a una narrativa desfasada. Los pa?ses emergentes han mostrado otros caminos.
Con los rudimentos de la econom?a pol?tica marxista, en el pensamiento de izquierda se instaló la idea de que una de las contradicciones fundamentales del capitalismo se manifiesta entre el carácter social de la producción y la apropiación privada de sus resultados, lo cual es el eje de la lucha de clases que, surgida desde las estructuras económicas, se expresa políticamente en la inconformidad que da lugar a protestas, rebeldía y, en ?ltima instancia, a la revolución.
No obstante, lo mismo que los trabajadores, sindicatos y l?deres obreros se percatan de la injusticia implícita en la relación entre el capital y el trabajo, también empresarios y gobernantes toman conciencia de que las largas y extenuantes jornadas de labor, los bajos salarios y las pésimas condiciones de trabajo, as? como precariedad en la vivienda, la alimentación y otras necesidades vitales, generan tensiones sociales que hacen peligrar al sistema.
De esa dialéctica nacieron corrientes reformistas que, debido a la reducción de la jornada laboral, la fijación de salarios m?nimos, las regulaciones sobre el trabajo infantil y femenino, así como la urbanización y el fomento de sistemas de salud e instrucción p?blica, dieron lugar a interrelaciones diversas. Primero en los pa?ses avanzados, además de los salarios percibidos por los trabajadores, la población recib?a parte de las riquezas sociales en forma de elementos de bienestar y prestaciones administradas por los estados.
Mediante la recaudación de impuestos, aranceles y otras formas de recaudación, incluyendo gravámenes a las grandes fortunas y diversos ingresos, los estados recortan los márgenes de ganancia de los capitalistas, para con los lucros obtenidos financiar las prestaciones y los beneficios a la sociedad, especialmente a los sectores populares y auxiliar a los menos favorecidos. Aunque queda mucho por recorrer, paulatinamente se entronizan elementos de justicia social.
De este modo, asumiendo el papel de mediador entre diferentes actores sociales y garante del bien com?n, sin desentenderse de los intereses del sector privado, el Estado opera como un elemento socializador de la econom?a, avanzando hacia la entronización de niveles de justicia distributiva. El paso más decisivo en esa dirección ha sido la instalación en varios pa?ses desarrollados de “estados de bienestar” donde impera cierta equidad distributiva, sin las tensiones sociales generadas por la transición expedita de una sociedad a otra.
No se trata en modo alguno de la posición que antes llamaban “revisionista”, categor?a también sobrepasada, sino de sintonizarse con las realidades resultantes de los cambios asociados a las luchas pol?ticas y a los procesos civilizatorios.