Pedro Díaz Arcia
Poco importa una resolución de carácter vinculante del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Irán, si no conviene a los intereses de Washington. Mucho menos que una cincuentena de países se oponga a una injerencia en los asuntos internos de Venezuela. Su política no responde a reglas ni a principios.
La conferencia sobre Medio Oriente organizada por Estados Unidos y Polonia para actuar contra Irán fue un total fracaso. Las presiones del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, para que la Unión Europea abandone el Plan Integral de Acción Conjunto (PAIC), del que se retiró de manera unilateral su gobierno en mayo de 2018, cayeron en el vacío. Muchos países del bloque ni siquiera enviaron a un ministro de gobierno a la cita; mientras que los asistentes rechazaron la propuesta y abogaron por rescatar el también llamado acuerdo de Teherán.
La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, cuando Estados Unidos decidió abandonar el pacto, anunció que ello no impediría que Europa continuara cumpliendo con los términos del acuerdo.
Pence advirtió en la reunión que si no se les ayudaba con “esta noble causa” ante la “mayor amenaza para la paz y la seguridad en Medio Oriente”, entonces sus socios europeos recibirían varias negativas por parte de Estados Unidos.
La Casa Blanca aprovecha su poder para arrastrar en sus políticas a sus socios europeos. Es que su aporte es altamente significativo. El gasto total en el rubro de defensa de los 29 miembros de la OTAN ascendió a 957,000 millones de dólares, de los cuales Washington aportó 686,000 millones (76%), en 2018, del gasto anual, lo que representa el 3.6 de su PIB; cuando sólo 5 países de la Unión cumplieron con lo pactado en 2014 de que cada miembro destinara el 2% de su PIB a la defensa colectiva.
Por otra parte, la Unión Europea es el principal inversor en Estados Unidos y viceversa; mientras sus economías representan en conjunto el 50% del PIB mundial y un tercio del comercio global.
Es oportuno recordar que las negociaciones llevadas a cabo por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, el Alto Representante de la Unión Europea e Irán para lograr una solución a la cuestión nuclear iraní, culminaron con el PAIC, concertado el 14 de julio de 2015. Una semana después, el Consejo de Seguridad hizo suyo el acuerdo por unanimidad mediante la resolución 2231 (2015). Su texto planteó que el pacto contribuiría a fomentar la confianza en el “carácter exclusivamente pacífico del programa nuclear” y suspendía las sanciones.
Por último, establecía que “los Estados Miembros están obligados en virtud del Artículo 25 de la Carta de las Naciones Unidas a aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad”; pero, al parecer no para todos.
De manera simultánea a la cita de Varsovia, los presidentes de Rusia, Turquía e Irán, Vladímir Putin, Recep Tayyip Erdogan y Hasan Rohaní, respectivamente, iniciaron la cuarta cumbre trilateral sobre Siria, en el balneario ruso de Sochi, para impulsar la solución al conflicto a partir de lo acordado en el proceso de Astaná. Lo que causará preocupación en la Casa Blanca.
El diseño de estrategias por la troika “no admitirá muros ni declaraciones de emergencia nacional”; en un entorno enrarecido por una guerra de desgaste en la que participan muchas manos y compiten varios poderes.