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Internacional

El Día Cero y el quinto dominio de la guerra

Pedro Díaz Arcia

Cuando la Guerra Fría se torna cada vez más caliente con la creación y proliferación de nuevas armas de destrucción masiva, se libra una intensa guerra en internet por el dominio del mundo, derivado del gran desarrollo de las nuevas tecnologías de la información en las últimas décadas y que ha convertido la red en un campo de batalla por la hegemonía del espacio digital.

Un ejemplo típico es la ciberguerra que abarca cualquier esfera de la cotidianidad de una nación, particularmente si la considera como enemiga: desde la paralización de un aeropuerto, hasta su desestabilización con fines geopolíticos. También actúa contra países aliados con fines de espionaje industrial u otros.

Para el colombiano Juan Pablo Salazar, quien es investigador de la Universidad Complutense de Madrid, “El ciberespacio se ha convertido en el quinto dominio de la guerra”; después de la tierra, el mar, el aire y, por supuesto, la plaza de los cielos.

Pero no sólo los países ricos han creado sofisticados mecanismos para intervenir en los asuntos internos de otros Estados, sino que existen organizaciones independientes y hackers -que actúan en colmena o de forma individual- para incursionar en la multiplicidad de asuntos concernientes a la sociedad en un apartado rincón.

Sus acciones pueden falsear los resultados de una elección o causar descalabros en el sistema financiero. Aunque lo más riesgoso es que persigan objetivos militares, pues una intrusión puede desatar un conflicto global.

La pugna por el dominio de las telecomunicaciones puede crear situaciones catastróficas que lleven a lo que algunos informáticos llaman el Día Cero, en el que todos los sistemas pasarán al reposo con un “apagón digital” que abarcaría el universo terrenal, o sea, el Apocalipsis.

En un escenario difícil de desentrañar, por la complejidad de posiciones cada vez más variables en el entramado internacional, un grupo de científicos finlandeses, a quienes la ONU encargó un reporte con argumentos para su Informe Mundial de Desarrollo Sostenible, arribó a la conclusión de que la sociedad está en medio de una transformación de modelo económico determinado por el agotamiento de los recursos energéticos y el cambio climático.

En cierta forma, dicen, “estamos asistiendo al fin del capitalismo tal y como lo conocemos”, porque a lo largo de casi dos siglos ha dependido de la energía barata, que está en extinción.

El estudio afirma que es imprescindible lograr la independencia de los combustibles fósiles, objetivo ignorado casi por completo por muchas potencias. Según sus redactores, los Estados deben tener un papel determinante en busca de soluciones -el mercado no podría-, para cambiar las formas de producción y consumo de la energía, así como del transporte, los alimentos y la vivienda; en un mundo en el que el Estado es más un árbitro para impedir que se violen las reglas, que un protagonista en el juego de poderes.

¿Habrá una “reconstrucción” ecológica; cuando se prioriza el gasto militar por encima de las necesidades sociales?

¿Vendrá el cambio de una voluntad política que se eleve por encima de la ambición de los poderosos?

¡Hay que dudarlo!

Y aunque el capitalismo es como un rumiante que se alimenta de sí mismo ante las carencias. Sin embargo, nada es eterno, salvo la eternidad.

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