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Internacional

Hong Kong: difícil transición

Jorge Gómez Barata

A diferencia de lo ocurrido en Europea Oriental y la Unión Soviética, que de modo expedito e incruento transitaron hacia la restauración del capitalismo, en Hong Kong, en 1997, comenzó una operación inversa, que aunque justa desde los puntos de vista estatal y nacional, por otros ángulos presenta aristas sumamente problemáticas.

Desde el inicio del proceso se han manifestado tensiones políticas entre parte de la población del enclave y las autoridades chinas, debido a la deriva de la integración de la ex colonia británica a la República Popular. Una parte de los habitantes de Hong Kong, especialmente jóvenes y elites, rechazan la paulatina aplicación de las reglas, las normas jurídicas, el estilo de vida vigente en el territorio chino, al cual legalmente pertenecen.

La apropiación de Hong Kong por Gran Bretaña en 1841 fue un acto típicamente imperialista, que la convirtió primero en colonia y luego en “territorio de ultramar”, mientras que el traspaso a China en 1997 fue una transacción política de naturaleza administrativa. En ninguno de los casos la población fue consultada.

En este proceso existen circunstancias que no pueden ser ignoradas. En el último siglo y medio Hong Kong se transformó de un minúsculo y empobrecido territorio montañoso de unos mil kilómetros cuadrados, poblado por alrededor de 7,000 pescadores y carboneros, en una acaudalada urbe Occidental, y en un centro financiero de los más importantes del mundo.

A pesar de que bajo dominio británico, con la excepción de las burguesías y las clases medias, integradas al sistema político británico y beneficiadas por los negocios y la prosperidad de la ciudad, y la población china era segregada y discriminada, se impuso la mentalidad británica, a la vez que los vínculos afectivos con el resto del país se diluían. Los hongkoneses no se identificaron con la ideología dominante en China, ni con su sistema político.

En Hong Kong concurren además fenómenos de identidad. Antes de 1997 los nacidos allí no eran británicos, y ahora muchos no quieren ser chinos. El territorio, convertido en una Zona Especial de Desarrollo, no es una nación ni sus pobladores forman una nacionalidad, y aunque los disturbios en 2012, 2014, y los actuales, no han estado asociados a la independencia, palabra rara y a veces no mencionada, el régimen de autonomía que funcionó con Gran Bretaña, puede no ser igualmente eficiente con China.

Hong Kong tiene dos banderas, la propia y la de China, idioma local, pasaporte especial y moneda, pero no nacionalidad ni gentilicio, tampoco Constitución ni Estado. El documento rector allí es la Ley Básica de Hong Kong. El término hongkonés, aunque se acepta, no fue legalizado por Gran Bretaña y tampoco por China.

Antes de traspasar Hong Kong a China, Gran Bretaña creó la figura de “Nacionales Británicos Residentes en Extranjero”, fórmula a la que aplicó la mitad de la población, por la cual recibieron un pasaporte británico especial que les permite pasar hasta seis meses en el Reino Unido, pero no les concede el derecho de residencia ni ciudadanía.

En cualquier caso China, que aplicó el magnífico hallazgo de un país dos sistemas, está obligada a ser consecuente y terminar la obra, no con la mandarria del picapedrero, ni el cincel del escultor, sino con el buril del joyero. Allá nos vemos.

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