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Internacional

¿Sin novedad en el frente?

La muerte a fines de octubre pasado de Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del Estado Islámico, considerado el terrorista número uno del mundo, a manos de un grupo elite de Estados Unidos, fue un éxito para Donald Trump, involucrado en la investigación de juicio político, en medio de críticas por su política en Siria. La operación de eliminación selectiva entonces mejoró su imagen y fijó los focos en otros ángulos.

Hace unos días ante la inminencia del impeachment, tomó la peregrina decisión de ordenar el asesinato del general Qasem Soleimani, un símbolo nacional de Irán y de la resistencia chií en Medio Oriente, con la convicción de que conseguiría nuevos beneficios para su campaña en noviembre. La acción recibió críticas en el país y de gobiernos y figuras internacionales.

Mal acompañado y peor aconsejado, Trump se lanzó a una brutal aventura para la que no tenía un plan alternativo, convencido de que los iraníes serían incapaces de realizar una agresión militar contra el país más poderoso del planeta. Pero sorprendido por la lluvia de cohetes que caían incesantes sobre sus bases militares, no tuvo otra opción que repensar cómo enfrentaría la coyuntura.

La expectativa sobre su mensaje a la nación en respuesta a la agresión de Teherán tenía en vilo al mundo, tomando en cuenta su carácter virulento y errático; seguro debió tocar puertas y “escuchar cosas que no quería” antes de aparecer mesurado frente a las cámaras de la televisión para anunciar más sanciones económicas contra el gobierno persa; entre acusaciones al controvertido militar iraní y loas al conocido poderío militar norteamericano.

El clamor mundial por detener la escalada en la región se impuso a la insensatez. Los cancilleres europeos prevén discutir las crecientes tensiones entre Washington y Teherán en Bruselas el viernes y abordar lo referente al Pacto Nuclear. El canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, fue invitado, pero no había confirmado.

Hace unos días un total de 773 siquiatras estadounidenses habían remitido sendas cartas a la Cámara de Representantes y al Senado alertando que debían fiscalizar al presidente porque se encontraba sin control y era de esperar cualquier desatino.

Por su parte, la presidenta de la Cámara de Representantes, quien había auspiciado una resolución en el órgano legislativo para evitar nuevas acciones bélicas del presidente sin consultar al Congreso, se pronunció ante el ataque persa: “Estados Unidos ni el mundo pueden permitirse desatar una guerra”. Debemos, dijo, “garantizar la seguridad de nuestros miembros en servicio, lo que incluye terminar con las innecesarias provocaciones de la administración -en referencia a Trump- y demandar que Irán cese su violencia”. No esperó por el anunciado balance de daños.

La situación es compleja y peligrosa. El presidente iraquí, Barham Saleh, rechazó la reiterada violación de su soberanía y dijo que el país no será el campo donde Estados Unidos e Irán resuelvan sus diferencias; aunque el Parlamento ha exigido la salida de las tropas norteamericanas del país.

Irán, que afirmó que no quieren escalada ni guerra y que su ataque fue en defensa al amparo del artículo 51 de la Carta de la ONU, también insistió en que las tropas estadounidenses deben abandonar la región.

Los hechos apuntan a una posible recomposición de fuerzas en el área en medio de la disputa por la nación mesopotámica. Irán, no obstante las amenazas, presiones y sanciones, ha extendido su influencia en la zona. La tensión ha cedido, sin extinguirse.

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