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Internacional

La estulticia como política de Estado

Zheger Hay Harb

El gobierno colombiano viene desde hace rato dando palos de ciego, estrellándose contra la realidad y negando lo evidente, guiado por la testarudez y los mandatos de la caverna.

Una muestra de última hora: ante la emergencia del coronavirus que cada día cobra más víctimas entre contagiados y fallecidos, el sentido común indica la urgencia de controlar la frontera con Venezuela, de más de 2,000 kilómetros y un número importante de colombianos residentes en ese país así como un creciente flujo de venezolanos que ingresan al nuestro.

Ante eso Maduro ofreció coordinar con el gobierno colombiano el manejo de la epidemia como problema compartido. La respuesta del presidente Iván Duque fue tirarle la puerta en las narices porque él sólo reconoce a Guaidó. En vez de aceptar la mano tendida a pesar de las diferencias políticas, decidió cerrar la frontera con lo cual creó un problema mayor porque obligó a que el cruce de un país a otro se haga de manera irregular por trochas, muchas de ellas controladas por paramilitares como los que entraron a Guaidó para que participara en la farsa de ayuda humanitaria cuando declararon a los cuatro vientos que Maduro tenía los días contados.

De nada ha valido la intervención de personalidades y organismos internacionales para hacerle cambiar de posición. En entrevista concedida a un reconocido espacio periodístico, el representante del Centro Democrático, partido del gobierno, ratificó que el primer paso es llamar a Guaidó que es la persona que han reconocido para que él les indique el paso a seguir. El director de la emisora le increpa diciéndole que cómo es posible que en este momento de tanta gravedad llamen al autoproclamado presidente. “¿A qué? le pregunta el periodista. ¿Lo van a mandar con un termómetro a la frontera más larga de Colombia? Es que le hacen un daño a Juan Guaidó porque él no tiene ninguna posibilidad de hacer nada”. Y, aunque parezca mentira, el agente oficioso del gobierno responde: “es para que él nos diga que no puede hacer nada. El puede decir: mire, yo no puedo hacer nada, yo me puedo sentar con el Ministerio de Salud”. El periodista lo interrumpe airado: “se lo podemos decir nosotros: el señor Guaidó no puede hacer nada, no vayan a hacer el ridículo desde la cancillería de llamar a Juan Guaidó. Cuando hay casos de coronavirus a lado y lado de la frontera, ustedes insistiendo en que lo van a llamar”. El Centro Democrático insiste tercamente en que él es quien debe decirles el paso a seguir. Movería a risa si no fuera tan dramática la situación.

La experiencia del ridículo internacional en que metieron a Colombia cuando le pidieron a Guaidó que extraditara a Aída Merlano que, fugada de la justicia, fue capturada en Venezuela donde afirmó que la campaña de Iván Duque a la presidencia fue comprada, no sirvió para que por lo menos evitaran repetir la vergüenza. También en esa ocasión Maduro les ofreció actuar coordinadamente y fue rechazado. Duque aduce que no puede coordinar con Venezuela porque allí hay una dictadura, pero no tuvo empacho en acordar medidas con Bolsonaro, que le debe parecer un paladín de la democracia.

Otra muestra de la manera como el odio de la caverna guía las relaciones internacionales en Colombia es la exigencia al gobierno cubano de que entregue a los comandantes del ELN que a pedido del colombiano se encuentran allá, lo cual no puede hacer porque está obligado a cumplir con los protocolos formales a que se comprometió, como garante del proceso, en caso de que se rompieran las conversaciones de paz como en efecto ocurrió. De nada ha valido que Noruega, el otro país garante le explique una y mil veces la situación a Duque. Insiste deslealmente en colocar a un país amigo que lo ha apoyado en cientos de trances difíciles en una situación insoluble buscando señalarlo como país paria refugio de terroristas.

El gobierno cubano ha ofrecido su concurso a Italia para enfrentar la emergencia con la experiencia y la autoridad que le dan sus cientos de brigadas solidarias enviadas en casos semejantes al que ahora enfrentamos con esta epidemia. También a Colombia están dispuestos a extender su mano solidaria, pero en Colombia estamos gobernados por una caverna obtusa.

Todo lo deciden con la cabeza vuelta hacia Estados Unidos esperando la orientación de Trump. Rechazan el informe de Naciones Unidas que refleja la crisis de Derechos Humanos con cientos de líderes sociales y desmovilizados asesinados y monta un teatro de dignidad ofendida porque le recomiendan que la policía pase al ministerio del Interior porque como está ahora, adscrita al de Defensa, contradice los esquemas organizacionales aceptados por el Derecho Internacional Humanitario, y en cambio inclina la cerviz obediente cuando Trump le ordena reanudar la fumigación con glifosato.

Y mientras tanto, la epidemia avanza.

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