Jorge Lara Rivera
El secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo anunció hace un par de días que el gobierno de su país revocaría las visas de los funcionarios saudíes implicados en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi perpetrado en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, la mayor sanción de que se tenga memoria en la historia de sus relaciones bilaterales. Londres, por su parte, con la independencia que da al Reino Unido su petróleo en el Mar del Norte, también informó que tomaría medidas parecidas; en tanto que la Unión Europea por voz de la líder alemana Angela Merkel definió que ante la atrocidad habrá acciones las cuales formulará como comunidad…, pero “hasta que concluyan las investigaciones del caso” –el matiz se comprende dado su enorme consumo de oro negro y a que ese reino del desierto es considerado por los expertos en materia petrolera “equivalente a la reserva federal estadounidense” en la economía global, por su influencia en la OPEP. Aunque sin igual relevancia para el gobierno de Ryad, México –país exportador de crudo– también anunció una medida semejante a la norteamericana.
En contraparte Arabia ha contado con la lealtad de amigos como Egipto y de sus asociados de la península arábiga (Bahrein, Emiratos Arabes Unidos, Dubai, Omán, Kuwait y el régimen yemenita que apoya frente a los rebeldes huttíes), el esfuerzo de su aliado estratégico Estados Unidos intentando controlar los daños incluso con el perentorio envío de su Srio. de Edo. a Ryad, y pese a alguna destemplanza, la cautela en el celo soberano de Turquía. Y es que el mismísimo rey saudí Salman Ben Abdelaziz al Saúd ofreció a Ankara formar un grupo dual de trabajo que incluyera a autoridades de Turquía para aclarar el crimen y superar la crisis entre dos gobiernos amigos.
No obstante, ni Mohamed bin Salman bin Abdulazis Al Saud, el príncipe heredero de esa monarquía absoluta (sobre quien pesan las sospechas de ordenar la muerte y que ha reaparecido en público acompañado de familiares del periodista), ni sus allegados y cortesanos previeron la magnitud de las consecuencias del gravísimo acto perpetrado el 2 de octubre. Tal imprevisión o desdén queda evidenciada por el desaseo de la operación y el torpe manejo dado a la crisis, precipitada por filtraciones (con aquiescencia del agraviado régimen turco, y a querer y no por la de Washington) a los medios. Apenas esta semana la monarquía saudita reconoció por fin que el periodista estaba muerto, algo que se daba por consabido en el ámbito diplomático. La noche se precipita sobre la Casa Real.
Sin dar explicaciones del porqué lo negó durante semanas; su nueva versión, dada a conocer el sábado 20 llena de inconsistencias, habla crípticamente de una “riña” entre el periodista y personas presentes en el interior de la representación diplomática que tuvo un desenlace “inadecuado” el cual originó eventos para desaparecer el cuerpo. Asimismo, oficialmente el gobierno árabe ha ofrecido ir al fondo de los hechos para llevar a los culpables ante la justicia y ha informado que 18 personas están bajo investigación.
Por lo pronto el llamado “Davos del Desierto”, un foro económico con las más altas pretensiones, fue desairado por celebridades, líderes extranjeros, ejecutivos de negocios globales y congresistas norteamericanos que calcularon el costo en imagen que resultaría de ser asociado a un régimen capaz de actos tan brutales; pero también está el hecho de que afronta la erosión de su imagen internacional y aún de su influencia a pesar de su ingente riqueza por la inopinada y no deseada cancelación de contratos de oficinas de ‘lobbys’ (cabilderos profesionales) en el mundo occidental que velan por sus intereses y contra el peso del dinero están tomando distancia, al tiempo que Qatar, su insumiso vecino, acrecienta la suya.
Nuevos detalles escabrosos del caso se han revelado entre tanto (que al periodista le cortaron los dedos, que ni siquiera se intentó interrogarlo, que lo decapitaron y se usó químicos para destruir los restos mortales), así como el costo al interior del régimen saudita con el despido de 5 altos funcionarios: Saud al-Qahtani, asesor del príncipe heredero, y del mayor general Ahmed al-Assiri, Jefe de Inteligencia adjunto, la destitución de 3 altos funcionarios militares (el general de división Mohammed bin Saleh al-Rumani, jefe asistentes de la Dirección de Inteligencia; el mayor general Abdullah bin Khalifa al-Shaya, jefe de Inteligencia General para Recursos Humanos; y el general Rashad bin Hamed al-Mohammad, director de la Dirección General de Seguridad y Protección) y el arresto de18 ciudadanos sauditas. Pero también hay detalles escalofriantes que remiten a las historias de espías: el coronel de la fuerza aérea real saudita Mashal Saad al-Bostani, de 31 años, quien participó en el comando ejecutor del asesinato, pereció en un accidente automovilístico en Ryad, lo que hace temer por la vida del cónsul Mohammad al-Otaibi, quien intentó oponerse al asesinato).
El propio presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha reclamado ante su parlamento que Ryad diga dónde está el cadáver del periodista desaparecido.