Guillermo Fabela Quiñones
Con el inicio de la Cuarta Transformación de México se abrió en el escenario público un nuevo tiempo mexicano: el de la catarsis que nos alivie de la carga de un pasado traumático. Vendrán meses de estira y afloja entre los intereses que se resisten al cambio, y los de un gobierno nacionalista y decidido a impulsar la democracia participativa, el cual forzosamente se ve obligado a partir de lo que es posible hacer, sin entrar en conflictos innecesarios, teniendo en contra factores estructurales contradictorios. Esto se vio claramente en la conformación del presupuesto de egresos con el cual parte el proceso de cambio. Hubo que plegarse a los imperativos del mercado, con la finalidad de tener espacios para crear condiciones favorables de crecimiento real los próximos años. Esto, cabe puntualizarlo, es consecuencia de más de tres décadas de estar atados a los dogmas del neoliberalismo. Romper esas ataduras requerirá tiempo, y sobre todo ampliar el apoyo masivo indispensable para contar con un firme escudo social. Hubo necesidad de destinar recursos extraordinarios al pago de la deuda pública, incluida la del rescate bancario de 1995, compromiso que no podía dejarse de lado sino afrontarlo con responsabilidad. Esto no favorecerá un crecimiento real del país el 2019, pero permitirá mantener condiciones objetivas para que no haya inestabilidad financiera. Lo fundamental es que no se afectaron los programas prioritarios del gobierno federal, los cuales por sí mismos son generadores de productividad. La resaca del neoliberalismo será fuerte el primer año del gobierno del cambio, pero no la resentirán las clases mayoritarias porque a bienestar social y combate a la desigualdad se destinarán 3.3 billones de pesos, 6 por ciento más y 6.1 por ciento el gasto para desarrollo económico. Sin embargo, habrá que cuidar que no se afecten los bolsillos de trabajadores del sector público, en aras de una austeridad a rajatabla, mucho menos si se afectaran actividades sensibles para el propio Estado mexicano. Es oportuno señalarlo para que se tomen las debidas providencias, con sensibilidad política, a fin de no crear confrontaciones costosas, como podría suceder en caso de actuar sin criterios sociales elementales. En esta etapa del arranque sexenal es razonable apuntalar el edificio estatal, el cual estuvo a punto de caer por la irresponsabilidad de la tecnocracia, sus abusos y corrupción escandalosa. Es de la mayor trascendencia, a este respecto, reconstruir la estructura de la comunicación social gubernamental, no debilitarla para que de ello se aprovechen los poderosos enemigos del cambio. El pueblo tiene necesidad de una catarsis liberadora, pero sabiamente encauzada, lo que puede hacer el sector público con un sistema nacional de comunicación inteligente, capaz de revertir todos los intentos de las elites reaccionarias de desestabilizar el régimen. Es necesario contar con mecanismos oportunos para frenar los intentos de la derecha de poner en duda la viabilidad de la Cuarta Transformación de la República. No bastan los esfuerzos de Andrés Manuel López Obrador por marcar la agenda nacional, si al mismo tiempo no se cuenta con una estructura comunicacional coherente, oportuna, con visión política y capacidad para deshacer los intentos de desinformar al pueblo, que serán incesantes, sobre todo en esta etapa de catarsis, proceso que no conviene dejar suelto porque se podría convertir en un monstruo inmanejable.
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