Por María Teresa Jardí
Lejos de mi intención está defender a Genaro García Luna, más bien, me preocupa que no sea castigado por cada uno de sus aberrantes crímenes que van mucho más allá de una de la evidencia del lavado de dinero que se esconde detrás de una fortuna inexplicable como la suya. Me preocupa que no sea juzgado por cada una de las fechorías permitidas por él, por las ordenadas por él y por las que en persona cometió. Lo imperdonable no tiene perdón y Genaro García Luna es imperdonable. Pero no deja de dar cierta grima, al leer cómo sus compinches e incluso aquellos, en el mejor de los casos, sólo lo encubrieron, en su intento de saltar del barco como las ratas cuando llega la peste, se deslindan de quién los usó y a quién usaron. Grima debida, quizá, a la nostálgica tristeza que suele acompañar a los viejos la celebración de final del año y más aún, cuando la crónica anuncia lo poco bueno que trae en su equipaje para el mundo en general y para México, en particular, el nuevo que se apresta a nacer.
En una entrevista a Jonathan Alexis Weinberg, luego de explicar que era arrendador de la o las ostentosas propiedades donde García Luna vivía en Estados Unidos, no recuerdo, porque escribo de memoria esta parte, pero sí guardé la que entre comillas comparto con ustedes, aseveraba: “Mi papá conoció a Genaro desde que trabajaba en el Cisen, hace más de 30 años, desde que él era casi el que abría la puerta allí...”. Rebajándolo clasista y racistamente a “casi portero”, como deslinde de la cercanía con quien tanto dinero acaparó y tantos crímenes cometió.
Antaño había los que justifican la corrupción de los policías diciendo que los causantes eran los bajos salarios que tenían. Que sí, que influyeron, pero que de ninguna manera fueron lo determinante para llegar a la corruptísima policía que incluso, en Yucatán, se tiene a poco de salir de Mérida, donde el control pasa por la buena cara que se quiere exhibir al turismo. Ahora, el ser portero se quiere hacer pasar por un trabajo deshonroso. Ni ser policía, ni portero, ni casi portero, ni maestro, ni artesano, ni ingeniero, ni arquitecto, ni médico, ni abogado, ni plomero, ni cura, ni monja lleva a convertirse en delincuente a las personas. Es la persona, cada persona, la que decide ser honrada o no serla.
Antaño respondíamos que el salario de los maestros era igual de bajo y no por eso se convertían en atracadores los maestros. Y la respuesta al ex amigo de García Luna hoy es la misma. Y lo mismo sucede con el gobierno más votado de la historia de México. No basta con decir: “ya no somos los mismos”, para no serlo, cuando se está rodeado de corruptos. El balance del año que termina cabe en una líneas: El gobierno que encabeza MORENA da visos, cada día más concretos, de que el PRI nunca se fue y de que sólo podemos esperar que, a las mentiras del Tren Maya, mejor conocido ya como Tren Maña, se sumen otras.
Y así las cosas, se vale la suspicacia. No dejan de ser curiosos los incendios, en días de asuetos navideños, en dos legendarios mercados, el de la Merced y el de San Cosme, de la Ciudad de México. Ya habían buscado, los antecesores de AMLO, cuando los de MORENA eran oposición, deshacerse de esos lugares, que a los dueños de las cadenas de súper mercados, donde se vende la chatarra que en el mundo ya no se quiere, a los mexicanos, también molestan. Los mercados son como los pueblos originarios: en los museos se les aplaude y en la realidad se les desprecia también por MORENA.