Jorge Canto Alcocer
Justo a la semana de la primera amenaza en Salamanca –realizada por el cártel del huachicol del Bajío-, apareció en Tijuana una narcomanta contra nuestro presidente. En el lenguaje común de estos medios, los supuestos herederos de los Arellano Félix –grupo primero favorecido y luego aplastado por Felipe Calderón- conminaron a AMLO a retirar al Ejército de la ciudad fronteriza, ya que de lo contrario “les empezaremos a pegar en su madre”. Lo interesante del hecho, lo que queremos recalcar como significativo en la coyuntura actual, es que, al revés del espurio Calderón, que declaró la “guerra estúpida” al narco, ahora es éste el que, desesperado por lo que ve como el acotamiento paulatino de sus territorios y actividades bajo control, utilizan el discurso de la violencia.
Pero esa verborrea bélica no ha sido exclusiva de los señores del crimen. Desde el inicio del sexenio, los grupos de derecha de dentro y fuera de los partidos políticos se han enfrascado en una larga y predecible ofensiva contra nuestro presidente, sin que sus insultos hayan hecho la menor mella en su figura pública. Muy por el contrario, cada día que pasa vemos cómo se agiganta su estatura moral y liderazgo, hasta lograr la aceptación de muchos de quienes lo rechazaban por ignorancia o imitación. Las últimas mediciones de aceptación y popularidad lo han puesto por los cuernos de la Luna, con porcentajes favorables que ya superaron el 90 por ciento, algo pocas veces visto desde que se hacen estas mediciones.
Hay que reconocerles, pues, su terquedad. Rechazados de todos lados, burlados un día sí y otro también, abofeteados por la realidad, en el olvido sus profecías catastróficas, aún así vuelven a la carga una y otra vez, a veces sólo con intervalo de unos pocos minutos entre un comentario y otro. Esa es otra de las guerras contra AMLO: la guerra mediática en la que se han clavado dirigentes de la oposición, aspirantes –como los Calderón- a continuar viviendo del erario a través de nuevos partidos políticos, y fifís de derecha, esos que se enorgullecen de Díaz Ordaz, que tienen por héroe a don Porfirio, que suspiran porque a los de la Coordinadora les apliquen el “mátelos en caliente”.
Pero hay otro grupo más, activo y ruidoso, aunque numéricamente débil. Le llamaremos la izquierda fifí. Está formado por aquellos intelectuales que se sienten de izquierda, defienden algunas de las causas de la izquierda –puede ser el medio ambiente, los derechos humanos, los derechos sexuales, el feminismo (pocos en este tema, realmente, pero sí los hay)- pero odian a AMLO, porque en el fondo –en el recóndito clóset- odian al pueblo, odian al moreno que no habla inglés ni tiene posgrado, que nació en un estado del Sureste, de mayoría indígena y mestiza, odian al pobre diablo que no sabe tomar coñac ni anda en camionetas de lujo. Se sienten de izquierda porque coinciden con nuestros puntos de vista en algunos tópicos, pero en realidad tienen su mente y su corazón plagados de los dogmas de la derecha: desprecia al humilde (es un pendejo que nació para empleado, no tiene ambiciones), aplasta a tu competidor (empuja, porque si no te empujan a ti), y otras patrañas de naturaleza similar.
Y ahí están esos fifís de la supuesta izquierda, actuando entre nosotros, disfrazándose de pueblo, haciéndose eco de las denuncias contra la oligarquía desplazada, pero esperando la menor oportunidad para atacar a nuestro presidente, al gobierno popular y a la izquierda comprometida. ¡Si hasta se fijan y les molesta que Taibo sea un uixón y que Beatriz tenga un doctorado en letras! ¡Ah, pero cómo les dolió que Andrés Manuel haya salido con el 90 por ciento de aprobación! Vamos bien, ni duda cabe, pero no colguemos la hamaca, que las guerras están ya declaradas, y ninguna de ellas es para despreciarse.