Pedro Díaz Arcia
El periodismo en sus distintos géneros, la cultura en sus distintas manifestaciones, la organización administrativa de la nación, el origen y propósito de las organizaciones políticas y sociales, el propio papel del Estado, hay que analizarlo ante la realidad de una plaza amenazada, atacada y sitiada por más de medio siglo. Por supuesto, me refiero a Cuba que es mi vivencia más cercana.
Para hablar de periodismo y revolución, en el proceso histórico que llevó a nuestro pueblo del colonialismo y el neocolonialismo a su emancipación definitiva en enero de 1959, no es posible obviar la dialéctica de la evolución político-ideológica a lo largo de más de 150 años de lucha por la independencia.
Las guerras por la independencia cubana en el siglo XIX no fueron un fruto de la levantisca sudamericana, tampoco México. Ambos países no pudieron contar con el apoyo de los ejércitos libertarios de Bolívar y Sucre, o San Martín. Las tropas que atravesaron entonces nuestras fronteras fueron las hordas estadounidenses; bien para impedir la libertad de Cuba o para arrancarle a México la mitad de su territorio.
El triunfo de la Revolución cubana a principios de la segunda mitad del siglo XX no se debió al resultado de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas soviéticas en su avance por el Este europeo dieron paso a las llamadas “democracias populares”.
Cuba tuvo que labrar la suya, autóctona y auténtica, que dio lugar a importantes movimientos guerrilleros en América Latina décadas atrás e influyó en fuerzas de izquierda de la región para buscar otras vías para emanciparse del capitalismo y de su “cúspide coronada”, el neoliberalismo. En Washington se dispararon, desde entonces, alarmas que se mantienen encendidas.
Desde la década del cuarenta se gestaban en el país condiciones de carácter objetivo, junto a la desesperanza del pueblo inmerso en una aberrante desigualdad social; faltaba sólo el liderazgo que la historia suele sacar de sus entrañas para encabezar el cambio, y apareció en la compleja palestra nacional la imagen de Fidel Castro, un joven apenas desconocido para rescatar, del uso utilitario, el ideario incompleto de José Martí.
Al frente de la llamada Generación del Centenario, en homenaje al natalicio del Apóstol de nuestra independencia, asaltó el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 para reiniciar el ciclo de luchas de una nación rica en tradiciones combativas, pero hundida en el laberinto de la corrupción.
Los sucesos lo llevaron a prisión y luego al exilio aquí en México, donde preparó la histórica expedición revolucionaria del Granma, que desembarcó el 2 de diciembre de 1956 en la costa oriental de la isla para organizar un ejército, que surgido del hondón de sus mejores valores morales logró años después, el 1ro de enero de 1959, entrar victorioso al palacio del poder.
De inmediato comenzaron los ataques de Estados Unidos, plagados de infamia, contra el proceso en desarrollo. Los medios de prensa y radio que respondían a los nuevos aires crearon un bastión para evitar la manipulación de la realidad por parte de la “prensa amarilla”. Mientras un conocido diario, en enero de 1959, instaba al Gobierno Revolucionario a que no “se pasara de la raya” ni “marchara de prisa”, y que al “pisar lo hiciera con cuidado”; pero una transformación profunda es como un alud.
El pueblo organizado enfrentó el reto del mayor poderío económico y militar del mundo y ahí está enhiesto, aunque en medio de una crítica situación y sujeto a constantes amenazas.
Fidel nos dijo una vez que a las fieras no se les puede mostrar temor porque se engrandecen. El mayor mérito del pueblo cubano radica en su valentía y capacidad de resistencia. Cualquiera tiene algo que cuestionar al sistema político y es muy probable que no le falte razón. No podemos culpar a los zapatos de los errores cometidos por los pies. Otra cosa es que se pretenda atentar contra el sosiego, la seguridad y la soberanía de la nación.
En definitiva la historia, que no se proyecta en línea recta, sino que sigue a veces una ruta sinuosa hay que labrarla día a día con la misma fe del primero.
Vivimos en medio de una revolución tecnológica que gravita sobre las nuevas generaciones en medio de una vorágine de inmediatez y masificación de la información. No sólo es fundamental dominar estas técnicas, sino utilizarlas en beneficio de nuestro ideario. Lo relativo al impacto de las redes sociales, que fue abordado desde distintas aristas en los primeros debates de este IV Seminario Internacional de Periodismo convocado por nuestro diario POR ESTO!, será sin duda alguna objeto de un análisis más profundo.
Creo que no debemos votar la arena, sino cernirla; y para el revolucionario de fibra cualquier espacio es un sitio de combate. Por otra parte, las experiencias históricas demuestran que es más factible cambiar las estructuras socioeconómicas de una sociedad que la conciencia dominante que la ha sustentado.
Dijo un filósofo que el hombre “o se equivoca o se repite”; testigo de un largo recorrido por la independencia de mi país: me repetiría.
Como un relevo de postas habrá otros hitos en nuestra historia.
La simbiosis entre Periodismo Auténtico y Revolución, una visión alimentada por experiencias de profunda convicción, se encuentra en el diario POR ESTO!, que bajo la dirección del compañero Mario Renato Menéndez Rodríguez, junto a un colectivo forjado en el sacrificio, y su vanguardia de reporteros que laboran en la primera línea de fuego, es un referente de responsabilidad y compromiso con su pueblo y con quienes luchan por una causa justa. Mis respetos y admiración para todos.
Finalmente, quiero citar a José Martí, quien en plena adolescencia presentó credenciales como revolucionario y periodista, cuando con una prosa pulcra y precisa, como un cincel que talla una escultura, afirmó en la efímera publicación “El Diablo Cojuelo”, el 23 de enero de 1869: “No hay monarca como un periodista honrado”.
No he encontrado mejor definición que establezca la conjunción entre Periodismo y Revolución.