Iván de la Nuez
Durante siglos, la gente con ambiciones salía a comerse el mundo para alcanzar un futuro. Hoy sale a comerse el futuro para alcanzar un mundo. El que sea. Como el famoso clavo ardiendo de la desesperación.
Desde que el punk alcanzó su clímax en la era Thatcher bajo el lema “No future”, han pasado cuatro décadas en las que el porvenir ha sido devorado a marchas forzadas. Primero, se vino abajo el comunismo y su futuro social. Hoy se está viniendo abajo el liberalismo y su futuro individual.
La invención de la rueda, la Muralla china, la imprenta, la conquista del cosmos y las revoluciones formaban parte de aquel mundo cuya hoja de ruta estaba cifrada en el porvenir. Y éste no sólo era un tiempo que vendría después, sino un espacio; la estación que estábamos destinados a conquistar para dar sentido al destino de la humanidad. En las últimas décadas, con la extrema aceleración de las nuevas tecnologías, aparejadas a un desmontaje del humanismo, la operación ha sido inversa. Y el futuro se ha convertido en un estatuto que traemos hacia nosotros, que tenemos el imán para atraerlo y convertirlo en el eterno presente, en el que hoy se basa nuestra experiencia.
Mucho tiene que ver en esto el Internet y la sustitución de la vida sucesiva por la vida simultánea. Por esa ubicuidad donde todo puede ocurrir aquí y ahora, como si el Aleph de Borges –según Umberto Eco, el inventor de Internet– se hubiera hecho tangible. Algo tendrá que ver el hecho de que aquellas utopías que planteaban nuestra redención en los tiempos venideros, se desplomaran sin contemplaciones.
Si a esto sumamos la decepción con las redes y las nuevas tecnologías, que han pasado en una breve franja de tiempo de ofrecerse como el mecanismo más democrático de la historia a la máquina de control y vigilancia más perfecta. Actualizando esta vez, no a Borges, sino a Orwell y su famoso Gran Hermano que todo lo vigila.
Al final, habría que decir a los Sex Pistols y el resto de aquellos punks británicos, que tenemos para ellos una noticia buena y una mala. La buena es que sí hay futuro. La mala es que es éste que hoy estamos viviendo y que, como dijo William Gibson, “no está bien repartido”. Porque, a base de adelantarlo, hemos acabado devorándolo.