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Opinión

El Brexit, el coronavirus y la política de la cuarentena

Iván de la Nuez

Justo en el momento en que China quedaba aislada por el coronavirus, el Reino Unido consumó el Brexit y salió definitivamente de la Unión Europea. Una ¿coincidencia? que conecta a los dos países protagonistas, allá por el siglo XIX, de uno de los pasos más aclamados de la incipiente geopolítica moderna: el inicio de la política de puertas abiertas que sucedió a la guerra del opio (1839-1842) y gracias a la cual, las potencias occidentales pudieron abrirse paso en el gigante asiático.

Volvamos al presente. Ante una pandemia generada en China, es evidente que cualquier medida de aislamiento es poca, teniendo en cuenta la desproporción de su población y el riesgo de una epidemia cuantitativamente inasumible. Pero algo nos dice que esa protección viral esconde un proteccionismo económico ante la escalada de un país que, con su modelo capitalcomunista, va camino de convertirse en primera potencia mundial.

De momento, el estrago económico que se prevé tan solo en el sudeste asiático es de marca mayor, con pérdidas previsibles de miles de millones dólares en las economías de Tailandia, Singapur o Vietnam, ente otras. Fuera de esa zona, el impacto no será menor. Desde los habituales restaurantes y mercados chinos de cualquier país del mundo hasta la Bolsa han sido estremecidos, mientras que los negocios de chinos en Occidente y de Occidente en China están en situación de alarma. Esto incumbe desde las exportaciones hasta las empresas. De Europa a África, pueden ser insuperables las consecuencias de la crisis de un país que coloniza no sólo con dinero y recursos sino también con población, que ha conseguido extender la ruta de la seda hasta Italia pasando por toda Europa Oriental, o ha comprado un porcentaje importante de la deuda de muchos países, incluyendo Estados Unidos.

En cuanto al Brexit, su puesta en marcha modificará desde la estructura productiva hasta el fútbol, pasando por las finanzas, la medicina o la cultura. Decía recientemente el novelista Ian McEwan, que los dos únicos jefes de Estado entusiastas con el Brexit eran Trump y Putin, pero, evidentemente, son algunos más los que se alegran de todo esto.

El América Primero de Trump no es más que la avanzada de esa estrategia para legislar desde el aislamiento, la forma política del egoísmo que hoy define al mundo. Brasil o Rusia, Estados Unidos o Hungría, Polonia o el Reino Unido son ejemplos bastante rotundos de esta nueva alineación de Estado a Estado.

La propia España acaba de minimizar a América Latina, en nombre de un proyecto global que resulta anacrónico viendo la tendencia de la que estamos hablando. Digamos que ha abandonado una zona de influencia para no ganar ninguna otra. México, por su parte, no es ajeno al nuevo “fronterismo” que marca la época.

Si los años posteriores a la caída del Comunismo en Europa se saldaron con el fortalecimiento de los pactos multilaterales –fue el momento de auge y esperanza de la Comunidad Europea–, en apenas tres décadas hemos llegado a la renovación del excepcionalismo. Y si éste tuvo en otros tiempos un sello anglosajón, hoy ha traspasado esas fronteras para instalarse en cualquier hemisferio.

Pareciera que el mundo no tiene liderazgo que contemple una perspectiva de conjunto. Y que cada potencia está decidida a practicar el “Sálvese quien pueda” en este nuevo feudalismo, en el que la hiperconexión nos garantiza una vida global sin tener que lidiar con nuestros vecinos. La nueva hegemonía pasa por esa política de cuarentenas lanzadas para protegernos de la contaminación del otro.

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