
Luego de 52 años de vivir en la comunidad Laguna Guerrero, doña María continúa padeciendo de servicios fundamentales para una vida cómoda: fallan los servicios de luz y del agua, como en aquel entonces.
María Cruz Ramírez emigró desde Veracruz al poblado, ubicado en el norte de Othón P. Blanco, desde hace 52 años atrás, cuando el sitio apenas comenzaba a registrar los primeros asentamientos humanos.
La abuelita ha sido testigo de los cambios que se han suscitado en el poblado a través del paso del tiempo. Pese al progreso en la infraestructura urbana y los servicios básicos, la señora María recalca que el poblado permanece abandonado por las autoridades, relegando a gran parte de la población en el olvido.
Con un gesto de emoción en su rostro, María Cruz Ramírez, de 72 años de edad, compartió cómo fue su llegada al sur de Quintana Roo durante la búsqueda de una mejor vida para su familia. La abuelita detalló que llegó a la Laguna Guerrero en compañía de su difunto esposo y sus 7 hijos.
A través de la siembra de frutas, legumbres y verduras locales, la abuelita pudo alimentar a su numerosa familia. Asimismo, la venta de su cosecha ayudó a solventar los gastos en la casa: Sembrábamos chile, maíz, nance, frijol, calabaza, sandía, era lo que hacíamos para comer, señaló la abuelita.
De la misma manera, la abuelita señaló que la pesca artesanal y la producción de coco fueron actividades que comenzaron a tomar fuerza en la comunidad, debido a la abundancia de peces en la laguna y la tierra fértil que contribuía al crecimiento de las palmeras.
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No obstante, diversos obstáculos se interponían en la calidad de vida de los pobladores. La falta de agua potable obligaba a los residentes a caminar largos trayectos para obtener agua limpia de un solo pozo que reunía a todos los habitantes desde las primeras horas del día: Solo había un triste pozo para todos. Prendían la bomba de seis de la mañana a siete de la mañana, y quien no pudo tenía que esperar hasta el otro día o agarrar agua de la laguna, aunque estaba salada, salada.
Asimismo, las altas temperaturas del sur de Quintana Roo y la propagación de mosquitos durante los meses de lluvia repercutían en la calidad de vida, dada las carencias en el suministro de energía eléctrica: Nosotros solo teníamos un mechoncito para toda la cosa, en la noche no veíamos bien, y luego los moscos parecían semillas de sandía porque se ponían uno tras otros, declaró la abuelita.
Así pues, pese a que actualmente la comunidad ya cuenta con los servicios básicos, la abuelita declaró que la luz continúa representando un desafío para los pobladores, puesto durante que pasan más de 18 horas sin energía eléctrica cada semana, hecho que también se ve reflejado en la ausencia de agua potable:
Se va la luz aunque no llueva. Yo tuve insuficiencia renal, y mis medicamentos se echaban a perder porque no había corriente, declaró la abuelita.
En ese aspecto, María Cruz destacó que su hecho aislado, puesto que demás ciudadanos han registrado la perdida de sus aparatos electrodomésticos y alimentos a raíz de los constantes apagones.
Así pues, la abuelita destacó que hasta el momento no han tenido la visita de las autoridades correspondientes para conocer las carencias del poblado, así como tampoco de la CFE y CAPA, por lo que espera que las autoridades tomen cartas en el asunto para atender las quejas de los pobladores y garantizar una calidad de vida especialmente para los adultos mayores e infantes.