
Los precios de sus productos se han desplomado drásticamente debido a la baja afluencia turística y la creciente presión del regateo en Francisco Uh May, en Tulum. La comunidad de artesanos en atraviesa una etapa crítica. A pesar del talento, el esfuerzo y el uso de materiales de alta calidad
Óscar, artesano local, lo explica sin rodeos: “Mayormente nosotros vendemos a los visitantes, y ahorita los precios han bajado porque no está llegando el turismo”.

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La falta de compradores ha obligado a muchos creadores a sacrificar sus ganancias e incluso a vender por debajo de los costos de producción.
Las piezas que elaboran son únicas: mesas, sillas, floreros, lámparas y macetas, muchas hechas con maderas preciosas de la región y técnicas tradicionales como el macramé. Cada objeto puede tomar semanas de trabajo manual. Sin embargo, el valor económico no corresponde al esfuerzo invertido.
“Una maceta de 6 mil pesos la hemos bajado a 4 mil, 3 mil 500... A veces se venden algunas, pero hay días que no sale nada, y los que llegan nos regatean”, lamentó Óscar.

Todo lo que se vende en Francisco Uh May está hecho por manos locales. No hay intermediarios ni fábricas; cada pieza representa la identidad del pueblo y una forma de vida transmitida de generación en generación. A pesar de eso, los visitantes no siempre valoran el trabajo detrás de cada objeto y regatean precios como si se tratara de productos industriales.
A diferencia de los grandes centros turísticos donde el flujo de visitantes es constante, comunidades como Francisco Uh May viven al margen de las rutas principales, a pesar de estar ubicadas en el corazón de la Riviera Maya.
Los artesanos, que deberían ser protegidos y promovidos como portadores de una herencia cultural invaluable, luchan día a día por colocar sus piezas sin perder su dignidad ni su arte.
Mientras los discursos oficiales exaltan el folclore y la riqueza cultural de la región, en los hechos, las manos que tallan, tejen y transforman la materia en arte siguen siendo invisibles.
Urge un respaldo real que reconozca el valor del trabajo manual, garantice canales de comercialización justos y promueva el turismo cultural hacia estas comunidades. De lo contrario, cada maceta vendida por debajo de su valor representa también una herida más a la cultura viva de la región, concluyó.