Víctor Salas
Estreno en Mérida
Cada vez que presencio un concierto de la OSY, me surge la misma inquieta interrogante acerca del papel, la figura o trascendencia del poseedor de la batuta enfrente de centenas de músicos que dominan sus instrumentos llenos de experiencias y habilidades. No importa quién dirija en ese momento a la Sinfónica de Yucatán, la interrogante es siempre similar.
Don Pedro de la Hoz, cubano periodista y colaborador de nuestro POR ESTO!, publicó un brillante artículo, el viernes 29 de marzo en la sección de Cultura, que me ayuda, en cierta medida, a resolver mis dudas. Dice: “Herbert Von Karajan viajó en 1968 a la Unión Soviética con la Filarmónica de Berlín y los anfitriones quisieron que el maestro apreciara el desenvolvimiento de los más aventajados discípulos en el arte del manejo orquestal”. Se había seleccionado a doce y entre ellos se encontraba Mariss Jansons que era el más joven de ellos. “Impresionó tanto al viejo lobo alemán que este lo invitó a perfeccionar el oficio con él”.
¿Discípulos aventajados? O sea, ¿la crema de la crema de estudiantes en el estudio del manejo orquestal? Esta visita a Rusia la realizó Von Karajan, cuando Jansons tenía 25 años y se lo llevó a vivir a Salzburgo.
En un concierto de nuestra orquesta, ¿quién convoca a más audiencia, el compositor, el director? El viernes 29 de marzo creí que el nombre Beethoven, su mítica figura o su popularidad, abarrotarían el Peón Contreras, especialmente porque de la Tercera Sinfonía del alemán se habían dicho palabras superlativas, magnánimas y repiqueteadas como campanas al vuelo.
No fue así. La sala estuvo ocupada como cuando el programa ha presentado novedades sinfónicas mezcladas con las obras tan amadas del repertorio tradicional. Eso lo interpreto como madurez de los asistentes, quienes han demostrado tener capacidad sensitiva para disfrutar de lo producido musicalmente en el siglo XX o en las centurias anteriores a este.
Esta realidad puede dar tranquilidad económica a los administradores de la OSY y hacer más de lo que han venido haciendo, que les está saliendo muy bien. Mejor de lo sospechado. Estamos en el siglo XXI, en la era del celular, la compu y las redes sociales. No podemos vivir atrapados en las marañas del anecdotario de los grandes compositores.
Muerte y Transfiguración (presentada por primera vez en Mérida el 29-3/2019) de Richard Strauss (1864-1946), es una obra hermosísima, vibrante, luminosa e integrista porque pone a trabajar a toda la comunidad orquestal, especialmente y de manera sobresaliente a la sección de alientos en maderas y metales, quienes dieron a la sonoridad de la OSY otra dimensión, pues ella, en esa obra, se escuchó crecida, pomposa, de abundante gracia y eficacia, notoriamente entregada a la guía del director Juan Carlos Lomónaco.
En Muerte y Transfiguración, flautistas, oboístas, clarinetistas, fagotistas, cornistas, trompetistas y tubista, se desempeñaron como solistas, justificando aquellas palabras dichas en el sentido de que la OSY era la estrella de la noche.
Esas partituras que convocan el trabajo de todos los músicos les quita la cara de aburridos a los atrilistas de segunda y tercera sección y es probable que ese ánimo participativo es el que produzca el efecto de crecimiento orquestal.
He mencionado en distintas colaboraciones que a la orquesta yucateca le va muy bien piezas como Muerte y Transfiguración. Y no se diga al director titular.
Si Wilhem Furtwangler o Von Karajan se especializaron en Beethoven y lograron su universalidad con ello, ¿por qué ir por ese rumbo irrepetible e inalcanzable?
Si lo contemporáneo se me adecua mejor que lo precedente ¿Por qué no profundizar en esa tarea? Perdón por ofrecer estas ideas, quizá insulsas ante el caudal de experiencia y conocimiento de los directivos de la música sinfónica en nuestra ciudad.
Desde mi lejana juventud viví obsesionado con la obra beethoviana. Sin embargo, me sorprendió descubrir que solamente la 5ta, la 6ta, 7ta y la 9na vivían en mi memoria musical. Algo cobró distancia entre la 3ra y mi espíritu necesitado de cambio, de conocimientos nuevos que alegran tanto al corazón como a la psique.