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Yucatán

La emoción ante la piedra

Víctor Salas

Mis ojos miraban emocionados aquella edificación conocida únicamente como imagen litográfica en una página del libro Viajes a Yucatán. Ahí estaban las piedras, las maderas, los troncos, los abrevaderos, los patios, las ventanas, los cuartos de máquinas, los enverjados y casa principal que hace más de 158 años tanto impresionaron, hasta la devoción y el amor, a John Stephens que la consideró, junto con Uayalceh y Mukuyché, una de las tres joyas de las haciendas de Yucatán. Ellas eran entonces haciendas ganaderas, tabacaleras, maiceras o pluriproductoras. Estaba lejos aún el auge de ellas en la explotación del henequén.

Conmueve por igual imaginar el esplendor de lo que fue, que ver lo que actualmente es, después de arrebatos políticos, saqueos comunitarios e implantación de construcciones urbanas de pésimo gusto, realizadas para un supuesto bienestar de la población que no usa ni las bancas de cemento, ni la sombra de los árboles, ni el contenedor de basura puesto por ahí en algún ofensivo lugar, ni el supuesto parque donde antes estuvo el patio del ganado caballar y vacuno.

Pese a su actual reconstrucción, no le repusieron los balcones volados ni el vigoroso reloj esquinado del techo de la edificación de tres pisos.

Duele contemplar que una historia que podría ser fuerte fuente económica de la pequeña sociedad de Xcanchacán se encuentre en la indolencia del desarrollo turístico de Yucatán, a pesar de encontrarse en la misma ruta de Uayalceh y Mukuyché que forman la ruta de haciendas hacia Uxmal.

Su capilla tiene un púlpito de enorme valor y sus puertas y ventanas y mobiliario son originales, de madera fina, dura y resistente. Está dedicada al Santo Cristo del Amor, sin embargo, ese domingo que la visité estaban haciendo los arreglos para celebrar la fiesta del Divino Niño.

No tiene infraestructura turística ni elemental ni rudimentaria. No hay un comedor, una cafetería o panuchería. Pero abundan los expendios de cervezas y los ebrios, con los ojos enrojecidos y las palabras atropelladas, están sentados en cualquier escarpa, barda, bote o tronco de las calles del pequeño lugar.

Conocer una hacienda como tal es el inicio de una historia mayor, es entender de una mejor manera la decantación hacia las de índole henequenera. ¿Por qué? Pues porque en ella se encuentra el origen de nuestra cultura, nuestra música, nuestro arte mestizo. En ella y sus alrededores estuvieron hasta los eventos como el de los Xtoles, narrados por John Stephens con lujo de detalles, aunque con manifiesto desinterés porque no quiso ni acordarse del nombre donde vio su representación.

A la ruta de los Conventos, el Anillo de los Cenotes, y a la Ruta Puuc, habría que agregar la ruta de las haciendas que conducen a Uxmal y a las cuevas y cavernas que las hay por ese mismo lugar.

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