Manuel Tejada Loría
A más de diecisiete años de los embates del huracán Isidoro a Yucatán en septiembre de 2002, el cual dejó un lamentable saldo de 500 mil damnificados y 15 mil casas dañadas; y a catorce años de los huracanes Emily y Wilma que a la distancia, ambos de categoría 5, nos mantuvieron en vilo, no sé qué tanto nuestra entidad esté preparada actualmente para hacer frente a un nuevo huracán. Al menos en la ciudad de Mérida, las recientes turbonadas en distintos sectores de la ciudad dejan un panorama poco alentador, con caídas frecuentes de árboles viejos, espectaculares de materiales endebles, postes de madera quebrados, y una severa afectación por los apagones. ¿Hemos perdido la cultura de prevención que nos legó el huracán Gilberto en 1988? ¿O nunca realmente existió tal prevención y hemos estado dependiendo de las eventuales respuestas de los cuerpos oficiales de emergencia?
Preocupa, y no es para menos. La ciudad ha crecido irresponsablemente. Muchos nuevos fraccionamientos que traspasan el periférico, aún se encuentran sin servicios básicos completos y sin municipalización. Malos drenajes, poca planeación, millones de casas de interés social mal construidas, con ventanas de aluminio, puertas huecas y techos de nieve seca como relleno ¿qué nos espera realmente cuando un nuevo fenómeno ciclónico impacte contra Yucatán? Basta observar las calles del centro de la ciudad, cada lluvia inunda en pocos minutos las vías principales y alternas. Hasta calles que antes se tenía la certeza nunca se inundaban, ahora, ante cualquier aguacero vespertino, terminan bajo el agua. Y es grave que las autoridades correspondientes no estén dando seguimiento a la calidad de los árboles y sus troncos en la ciudad. Por la edad o falta de mantenimiento, están cayendo al mínimo embate por la intensificación del aire. ¿Qué ocurrirá ante los vientos intempestivos de más de 180 kilómetros por hora de un huracán categoría 3? En ese estado se encuentran también muchos postes de teléfonos, que por la antigüedad de la madera, se astillan o rompen al mínimo impacto. ¿Qué se espera para cambiarlos?
Movámonos a las zonas que albergan viviendas sin mampostería. Hay sectores de la ciudad que aún siguen usando cartón de chapopote, láminas o lonas. Hay terrenos aún con paracaidistas improvisando viviendas, sin regulación, sin protección alguna ante cualquier fenómeno meteorológico. ¿Qué va a suceder con ellos? ¿Alguna autoridad se preocupa por que haya viviendas realmente dignas? Movámonos también en sentido contrario, observemos también estas nuevas estructuras de muchos pisos, imponentes edificios casi rascacielos, que van emergiendo en los costados de la periferia meridana. La capital yucateca crece a lo ancho pero también hacia arriba en esta nueva apuesta inmobiliaria de transformar la fisonomía de Mérida. Estas nuevas construcciones, que en otras ciudades se construyen con requerimientos antisísmicos, ¿estarán también construyéndose para enfrentar un huracán? Veo que muchas de ellas son paneles muy grandes de materiales similares al vidrio, pero no sé qué tanto soporten (esperemos que sí) un huracán categoría cinco. En esta región sin montañas que contrarresten los vientos huracanados, estos nuevos y modernos edificios tienen un destino común de servir de parapetos.
Muchos aspectos para reflexionar sólo mirando de reojo a la ciudad de Mérida. Pero ¿qué sucederá en los otros municipios de Yucatán? ¿Estarán las poblaciones resolviendo sus problemas de drenaje, la comunicación terrestre con sus haciendas y comunidades? ¿Estarán habilitados los albergues? ¿Estarán teniendo en cuenta los nuevos datos de población que ofrece el INEGI? ¿O todo se dejará para última hora cuando la alerta esté en amarillo?
Ante la abulia oficial y de las autoridades correspondientes, como población, tenemos que comenzar a tomar nuestras propias medidas de prevención. No es lo deseable, pero el cambio climático es una realidad que tenemos que afrontar como sociedad.