Víctor Salas
De la Cuba artística, aquí en Mérida, sabemos de manera abundante solamente lo referente al ballet, y ello, gracias a la gran diva Alicia Alonso y ahora a Viengsay Valdez, actual directora del Ballet Nacional de Cuba, quien tiene sólido prestigio entre los balletómanos yucatanenses. Pero la isla mayor del Caribe es un cascabel en las artes, y de ello, nos ha brindado información valiosa el periodista Pedro de la Hoz, hablando de la musicalia habanera y otras actividades artísticas, definidas en Festivales, como el de Cine y el callejero de Artes Plásticas. De la literatura cubana contemporánea, ni hablar, porque la saturación en calidad es la prevalencia isleña. Y no puede ser de otro modo, por los antecedentes históricos en las letras cubanas. ¿Y, el teatro? El panorama escénico se mira descomunal a pesar del aislamiento en que se ha intentado sumir a la isla y de todos los esfuerzos para hacer sucumbir los postulados humanos de la revolución. En todas las crisis, aun en la etapa cero, el derecho a la cultura, la educación y la salud, se ha sostenido contra viento y marea. Amor y fervor sobresalen para el indispensable alimento espiritual. Pero el increchendo artístico no se ha circunscrito a La Habana, la capital, solamente. El teatro comunitario en Cuba se ha sostenido al igual que todas las artes, con un nivel de experimentación, calidad y creatividad, igual sorprendentes que envidiables. Por ejemplo, en Cienfuegos los actores viven en la comunidad en la que se presentan y responden a esa realidad. En ese punto, esa acción, me recuerda a María Alicia Matínez Medrano y al Laboratorio de Teatro Campesino que desarrolló en Oxolotán, Tabasco, donde, primero, un nutrido grupo de actores yucatecos la acompañaron a vivir en la selva para impartir enseñanzas actorales a los pobladores de ese lugar tan apartado de las vías de comunicación y la civilización de patrones occidentales, y después, desarrollar actuaciones teatrales únicamente con los campesinos de aquel lugar.
Xocén, Yucatán, tuvo y sostiene algo de lo mucho de la grandeza de la propuesta de María Alicia, “Momentos Sagrados Mayas”. El parangón lo hago, porque aquí las cosas permanecen solamente el tiempo de vida del autor de aquella idea, mientras en Cuba, algo como eso, se convierte en una semilla que parece llevar el viento y depositarla en distintas tierras, para luego, con el abono humano, ver surgir nuevos grupos y tareas teatrales. Así, pues, en Escambray, desde hace treinta años se ha realizado un teatro comunitario que habla y discute de los problemas de la zona.
En las zonas rurales de Cuba se experimenta con obras a la orilla de un río, en el umbral de unos bohíos, donde fuertes escenas familiares son observadas por espectadores que van cambiando de lugar, de escena y de acción. Ese intimismo escénico, lo hemos tenido entre nosotros. Víctor Belmont, no hace mucho tiempo, desarrolló una idea semejante, pero al interior de una casa de fraccionamiento. Y antes, Pablo Mercader y Toc Toc Carrillo, en un domicilio de Francisco de Montejo hicieron lo propio, con una excelente idea sobre Frida Kahlo. ¿Qué quedan de esos trabajos fenomenales? Quizá este recuerdo inmerso en estas letras y un buen sabor en la boca de aquellos directores teatrales.
La creatividad y la vanguardia son semejantes en ambas geografías bañadas por el mismo mar Caribe, la diferencia es que aquí las limitaciones apabullan, hacen fenecer todo buen intento creativo y en Cuba, a pesar de todas las carencias, limitaciones, bloqueos, aislamientos, la voluntad no se les acaba y ella ensancha la victoria de la creatividad en las artes escénicas.