Con la llegada de las fechas dedicadas a los fieles difuntos, en la comunidad de Acanceh resurge una tradición que va más allá del altar: las leyendas de miedo que muchas de las abuelitas del pueblo aún cuentan con voz temblorosa, pero decidida, a sus nietos.
Son relatos antiguos que buscan enseñar, prevenir y sobre todo mantener vivo el legado oral de generaciones pasadas.
Estas historias, que combinan advertencias con elementos sobrenaturales, se reactivan especialmente cuando los niños no obedecen las recomendaciones de sus mayores, como no permanecer en la calle por la noche o evitar ciertas actividades durante los días denominados santos.
Una de las leyendas más conocidas es la del joven que, en tiempos de finados, desobedeció a su madre y acudió a un baile escolar de disfraces. Allí, entre esqueletos, momias y vampiros, se encontró con una misteriosa joven disfrazada de novia. Seducido por su belleza, aceptó danzar con ella toda la noche. Al final del evento, la muchacha le pidió que la acompañara a su casa, que estaba muy cerca.
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Al llegar a las inmediaciones del cementerio, el joven notó que la muchacha lo guiaba hacia una pequeña vivienda que se encontraba ubicada junto al camposanto.
Ella afirmó que ahí vivía, se despidieron, y él regresó a casa. Al día siguiente, tras relatarle todo a su madre, ésta le aseguró que en ese sitio no había ninguna casa.
Al regresar al lugar, el joven comprobó que no había rastro de la vivienda, pero sí encontró el vestido de novia que la muchacha había usado: estaba colgado en la entrada del cementerio.
Este relato fue compartido por doña María Gertrudis Uc, una mujer de 85 años originaria del pueblo. Ella aseguró que escuchó esta historia desde niña, como advertencia para no desafiar las normas de respeto en estas fechas tan sagradas.
Otra leyenda igualmente espeluznante es la de la vela que se convirtió en un hueso, narrada por doña Candelaria Pech Cob. Según contó, su abuela le advirtió siempre que no debía jugar en la calle de noche cuando se acercaba la fecha del Día de Muertos.
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Una noche del 31 de octubre, una niña desobedeció y se quedó sentada en la puerta de su casa. Observó una procesión silenciosa de personas con velas encendidas.
Una mujer de esa procesión se detuvo y le entregó una vela sin decir una palabra. La pequeña, asustada, la apagó y escondió en el ropero. A la mañana siguiente, al contarle lo sucedido a su madre, descubrieron que había desaparecido y en su lugar sólo quedaba un hueso.
Ambas historias son reflejas del imaginario colectivo que se construye en torno al respeto hacia las tradiciones y el más allá.
Las adultas mayores de Acanceh no sólo conservan estas leyendas como parte de su memoria, sino que las transmiten cada año como si fueran ofrendas orales, para que las nuevas generaciones no olviden lo que significa realmente el tiempo de finados.
Aunque estas leyendas puedan parecer sólo cuentos para asustar, tienen un fuerte componente educativo y cultural. Son recordatorios del valor de la obediencia, el respeto a lo sagrado y el miedo reverente que inspira la muerte en la cosmovisión yucateca.