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Yucatán

“Conocí a un brujo”, relato que se incluye en lengua maya y español

Conocí a un brujo es un relato que forma parte del libro Los cuidadores del cerro de Luis Canché Briceño, el cual da voz a las abuelas y los abuelos, quienes han sido por años pieza fundamental de la tradición oral de los pueblos.

“Conocí a un brujo”, relato que se incluye en lengua maya y español
“Conocí a un brujo”, relato que se incluye en lengua maya y español / Especial

Esto que me sucedió fue cuando estaba trabajando para hacer la lista de los pobladores que quisieran terminar sus estudios, aun cuando fueran mayores de edad. En ese tiempo trabajaba en el Instituto Nacional para la Educación de Adultos (INEA), institución que se enfocaba en apoyar a los habitantes de los pueblos para que terminaran sus estudios básicos. El día que fui al pueblo de Chicán a hacer esta labor me dijeron que tuviera cuidado porque era un lugar en donde abundaban los conocidos wáayes o brujos. Yo pensaba que cuando uno va con buenas intenciones no hay que temerle a nada.

Llegué a ese pueblo y mientras mis compañeros estaban en las calles difundiendo la convocatoria comencé a elaborar las listas de los nombres de quienes se apuntaban para continuar sus estudios a través del INEA. En lo que apuntaba me di cuenta de que había un ave negra en las ramas de un árbol cercano al palacio municipal, como si me estuviera observando. En eso, algo se movió intempestivamente entre las hojas del árbol y aquella ave negra levantó el vuelo hasta desaparecer incrustándose en las paredes del palacio. Justo en ese instante volteé a ver y a mi lado había un señor de pie, con vestimenta negra y alpargatas de cuero, abanicándose con su sombrero. Yo no sé de dónde salieron también en ese momento varias plumas negras de ave que una ventisca hizo revolotear. El señor me preguntó quién era yo y qué estaba haciendo allá en el pueblo. Le expliqué que venía con mis compañeros a hacer la lista de los que se quisieran inscribir para terminar sus estudios.

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—¿No quieres apuntarte? —le pregunté y comencé a darle detalles de los requisitos.

—A mí no me es posible, aunque yo quiera, pues es necesario que ustedes tomen una fotografía de mi rostro y esto no puede ser. La foto no saldría revelada.

—¿Y por qué no saldría?

—Porque yo soy wáay. Las veces que intenten tomarme la foto no saldría revelada, pues mi cuerpo a veces es de viento.

“¿Será cierto esto?”, pensé, “¿o solo estará bromeando conmigo”. Al fi n, logré convencerlo. Como mis compañeros ya habían regresado, les pedí que por favor fotografi aran a este señor que se apuntaría entre la lista.

—Que le tomen varias fotos para no fallar —les indiqué.

Así fue como hice que lo retrataran para comprobar que el señor solo estaba bromeando con eso de que no salía en las fotos. Seguí platicando con él y fuimos a tomar refrescos a una tienda que estaba en la plaza del pueblo. Me contó que él se podía transformar en diferentes tipos de animales por ser un wáay, pero alegaba que hacía mucho que había dejado de hacer maldades y ahora solo se transformaba en ave. Justo eso decía cuando pasó por mi mente si era cierto esto que me contaba: “¿Y qué tal si él es el ave negra que estaba cantando en el árbol cuando hacía la lista en la plaza?”. Lo pensaba porque cuando salió volando lo hizo de manera muy extraña y nunca había presenciado que un ave pudiera atravesar un muro, sobre todo porque no había ningún agujero

Cayó la tarde y comenzó a oscurecer. Me quité del pueblo de Chicán y mis compañeros tomaron rumbo a sus pueblos. Me dirigía en moto hacia mi natal Peto, pero me daba un poco de miedo atravesar este camino que era poco transitado pues en aquel entonces no había carreteras pavimentadas ni mucha luz en las calles. No había nadie más con quien regresar, el retorno lo tenía que hacer solo. Ya me había alejado cuando me detuve a orinar a la orilla del camino, levanté la mirada y vi de nuevo aquella ave negra parada en un arbusto, emitiendo un canto desesperado como si se estuviera burlando de mí o me quisiera decir algo. En eso volteé hacia abajo y vi una enorme culebra de cascabel enroscada en el suelo, por lo que enseguida tomé la motocicleta y salí disparado para irme.

Estaba un poco asustado, pues recordé que se contaba que en ese trayecto espantan a la gente. Hay quienes dicen que escuchan cómo se caen las albarradas de los costados, pero en esa ocasión no me asustaron, excepto por aquella ave negra que se apareció y la enorme culebra. Gracias a Dios, no la pisé y pienso que aquel canto del ave era para avisarme que algo extraño estaba viendo, y fue así como bajé la mirada y pude ver a la culebra.

Ya estaba en la entrada del pueblo de Peto y justo allá vi a un hombre parado al lado del camino. Era mi amigo el brujo de Chicán.

—¿Qué haces acá? ¿No tú vives en Chicán? —le pregunté.

—Sí, allá vivo, pero vine detrás de ti. Te estaba cuidando para que no te pasara nada o no pisaras una serpiente.

—¿Cómo es que pudiste venir tan pronto? El camino está lejos. ¿Viniste caminando?

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—No, me convertí en ave —me respondió de nuevo—. Y bien, ahora me regreso a mi pueblo. Cuídate.

En eso su sombra se perdió entre la oscuridad. Escuché un aleteo y vi un ave negra levantar el vuelo entre las ramas de los arbustos.

Al día siguiente, cuando regresé a trabajar, estábamos revisando las listas de los que se inscribieron a las clases en ese tiempo. Comenzaron a sacar las fotografías de los participantes y uno de mis compañeros se sorprendió.

—Hay una foto que no sale — me dijo.

—¿De quién será? —le pregunté.

Me dijo el nombre de la persona y correspondía al nombre de mi amigo, el wáay que conocí.

—No te esfuerces en intentar sacar todas las fotografías que tomaste, no saldrán reveladas —le dije a mi compañero.

—¿Por qué? —me preguntó.

—En otra ocasión te lo cuento —le dije.

Yo estaba sonriendo, pues recordaba todo lo que me había platicado el wáay de Chicán. Desde entonces pienso que no todos los wáayes hacen maldad.