
En la cosmovisión maya, la ceiba o yaaxché, simboliza la conexión entre los tres niveles del universo: el cielo, la tierra y el inframundo. Sus ramas y hojas se extienden hacia el mundo espiritual; su tronco representa la superficie donde viven los humanos, y sus raíces profundas se hunden en el Xibalbá, el inframundo sagrado.
Para los antiguos mayas, la Ceiba no era un árbol cualquiera. Era un eje del mundo, un punto de unión entre lo divino y lo terrenal. Su imagen aparece en códices, esculturas y templos, y su presencia era indispensable en los centros ceremoniales.
Además de su valor simbólico, la ceiba, representa un regalo tangible de la naturaleza: purifica el aire, fertiliza la tierra, proporciona sombra, alimento, medicina y madera. Es, en todos los sentidos, una fuente de vida. A través de mitos y leyendas, transmitidos de generación en generación, el "árbol sagrado" se mantiene vivo en la memoria colectiva.
La ceiba y su relación con leyendas
La leyenda de la Xtabay es quizá unas de las historias más consolidadas en torno al yaaxché. Se cree que se trata del espíritu maligno de una mujer, que acecha y se aprovecha de los hombres alcoholizados, quienes transitan caminos solitarios. Los pobladores de Tunkás, sitio en donde se mantiene más vigente la leyenda, cuentan que el ente, aguarda oculto debajo de una ceiba, en espera de su próxima presa.
Por otro lado, la leyenda la leyenda del Popol Vuh, cuenta que los dioses creadores sembraron en los cuatro rumbos del cosmos sus respectivas ceibas sagradas, al Este, la ceiba roja; al Oeste, la ceiba negra; al Sur, la ceiba amarilla; y al Norte, la ceiba blanca.
Finalmente, sembraron una quinta al centro de todos estos rumbos. Siendo en las raíces en donde ubicaron la morada de los muertos, en su base la tierra que habitamos los seres vivos y en sus ramas establecieron la morada de los dioses. Mientras que en la cima de su copa habitaba el origen de todos los dioses en la forma de un ave, el Quetzal celestial.