Yucatán / Mérida

Del dengue al COVID-19: Mérida se vuelve clave en la nueva estrategia sanitaria de América Latina

La capital yucateca se ha convertido en un relevante escenario en donde se prueban algunas de las estrategias más innovadoras para contener epidemias virales en el continente americano.

La región vive semanas de alarma: los contagios de chikungunya, dengue, influenza, zika y COVID-19 han aumentado
La región vive semanas de alarma: los contagios de chikungunya, dengue, influenza, zika y COVID-19 han aumentado / Especial

Mérida vuelve a colocarse en el centro del mapa sanitario del continente. No sólo por sus contrastes –una ciudad que mezcla tradición maya, modernidad tecnológica y una de las calidades de vida más altas de México– sino porque hoy figura entre los laboratorios naturales donde se prueban algunas de las estrategias más innovadoras para contener epidemias virales en las Américas.

Allí, donde la humedad del trópico favorece el ciclo del mosquito, se están liberando mosquitos Aedes aegypti portadores de Wolbachia, una bacteria que impide que los vectores se reproduzcan. Un método de control biológico que ya se ensaya también en Brasil y Baja California Sur, y que perfila a Yucatán como un actor pionero frente al avance de enfermedades como dengue, chikungunya, zika y oropuche.

En ese escenario de urgencia y aprendizaje continuo, la región vive semanas de alarma: los contagios de chikungunya, dengue, influenza, zika y COVID-19 han aumentado de manera preocupante. América Latina está exhausta después de la pandemia; los sistemas de salud aún se recomponen y las poblaciones enfrentan un paisaje sanitario complejo, marcado por la desigualdad, el cambio climático y la presión demográfica. Sin embargo, junto a la preocupación también crece la capacidad de respuesta.

En este contexto, conversé con el doctor José Moya Medina, epidemiólogo peruano y representante en México de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su trayectoria es sólida: ha dedicado décadas a la vigilancia epidemiológica, a la salud global y a la construcción de sistemas públicos más robustos. Desde su mirada, la región atraviesa una transformación profunda en sus patrones epidemiológicos.

Gérmenes que llegaron para quedarse

Hasta hace apenas una década, América Latina no conocía el zika ni el chikungunya. Eran enfermedades endémicas de algunas regiones de África y Asia. Pero entre 2013 y 2015 desembarcaron en el Caribe y Brasil, provocando epidemias intensas. Fue entonces cuando el mundo descubrió las complicaciones del zika en recién nacidos: microcefalia y otras malformaciones asociadas a la transmisión durante el embarazo.

A esos virus se suman otros que sí eran conocidos –como el oropuche o la fiebre amarilla– pero que estaban confinados a zonas amazónicas. Hoy se desplazan hacia regiones donde antes nunca habían estado. El cambio climático modificó el mapa, dice Moya Medina, y agrega: hay más lluvia, mayor temperatura y, por lo tanto, más mosquitos. El Aedes aegypti ha colonizado áreas urbanas que hace veinte años le resultaban hostiles.

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Una región más preparada, pero aún desigual

Los aprendizajes de la pandemia de COVID-19 transformaron la vigilancia epidemiológica. El doctor Moya reconoce que hoy existe una red regional más fuerte: laboratorios que secuencian genomas virales, sistemas de alerta en tiempo real y equipos de epidemiólogos capaces de investigar brotes en cuestión de horas. En México, por ejemplo, subraya, funcionan más de veinte mil ovitrampas que monitorean, estado por estado, la densidad del mosquito transmisor del dengue. Una herramienta clave que permite anticipar brotes antes de que exploten.

No obstante, la pandemia dejó al descubierto fracturas profundas: acceso tardío a vacunas, sistemas primarios de salud debilitados y un déficit histórico de intensivistas, enfermeras especializadas y equipos de emergencia.

De esas lecciones nació la urgencia de que América Latina produzca sus propias vacunas. Brasil y Argentina avanzan en plataformas de ARN mensajero; México mantiene capacidad instalada para la manufactura de inmunógenos; y Cuba –recordemos– fue el único país latinoamericano que desarrolló y aplicó sus propias vacunas contra la COVID-19.

Sarampión: el regreso de un viejo enemigo

El continente celebró en 2016 la eliminación del sarampión, pero la alegría duró poco. La región perdió esa condición en 2018, la recuperó en 2024 y volvió a perderla recientemente debido a la transmisión sostenida en Canadá. “El virus reaparece porque encuentra comunidades no vacunadas, un problema agravado por la desinformación y el miedo alimentado desde redes sociales”, puntualiza.

Hoy, la meta es clara: volver al 95% de cobertura de vacunación infantil. Sin eso, cualquier caso importado puede convertirse en un brote.

¿Virus más agresivos o poblaciones más vulnerables?

Más que mutaciones extremas, lo que observa la OPS son poblaciones cada vez más expuestas: sociedades envejecidas, ciudades densas, migraciones impulsadas por sequías y huracanes, cinturones de pobreza sin acceso estable a servicios de salud y, en paralelo, un planeta que cambia aceleradamente. El calentamiento global modifica la distribución de vectores, abre nuevas rutas de transmisión y amplifica riesgos.

El enfoque para este nuevo escenario tiene nombre: One Health o “Una Sola Salud”, destaca. “Es decir, comprender que la salud humana, animal y ambiental son inseparables. Epidemiólogos, veterinarios, biólogos y expertos en agricultura trabajan hoy de manera coordinada para anticipar riesgos”.

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El caso del dengue: una carrera contra el tiempo

El dengue –que dejó cifras históricas de casos en las Américas el año pasado– es hoy una de las mayores preocupaciones. Aunque hay vacunas en desarrollo, ninguna ha sido aprobada por completo para incluirse en programas nacionales. La acción inmediata sigue siendo la misma: eliminar criaderos, vigilar los serotipos circulantes y detectar signos de alarma en pacientes.

Un solo mosquito puede poner setenta huevos y renovar su ciclo en una semana. Apenas uno de esos envases de plástico olvidados en un patio –lleno de agua tras la lluvia– basta para generar decenas de mosquitos nuevos. Y aunque parezca sencillo, la descacharrización sigue siendo la medida más eficaz, dijo.

Un futuro que exige preparación

Ante este panorama, la OPS despliega alertas epidemiológicas permanentes, moviliza expertos y mantiene un Campus Virtual con cursos gratuitos para personal de salud, especialmente sobre manejo clínico del dengue. También organiza capacitaciones para periodistas, conscientes de que la comunicación pública es parte esencial de la contención de brotes.

El doctor Moya lo resume con claridad: no existen soluciones de un día para otro. Contener virus transmitidos por vectores implica semanas y meses de trabajo sistemático. Pero hay caminos ya trazados: más vigilancia, más educación, más ciencia local y más coordinación regional.

Mensaje a la población

El llamado final es al compromiso ciudadano. El Aedes aegypti es domiciliario; vive con nosotros, dentro y alrededor de nuestras casas. Mantener techos, patios y jardines libres de criaderos es un acto cotidiano que salva vidas. Así como vacunarse, llevar a los niños a completar sus esquemas y confiar nuevamente en la ciencia.

Mérida, esa ciudad de luz donde hoy se ensayan técnicas biológicas que podrían cambiar la lucha contra los virus en el continente, nos recuerda algo fundamental: la salud pública es una construcción colectiva. Y en tiempos en que los virus viajan más rápido que nunca, cada acción –por pequeña que parezca– importa.