Tomás Ceballos
La prisionera es obra de Emilio Carballido (1925-2008), uno de los dramaturgos mexicanos más prolíficos del siglo XX junto con Sergio Magaña (1924-1990) y Luisa Josefina Hernández (1928), con los cuales formó la tríada de autores que destacaron a partir de los años cincuenta del siglo pasado. Los tres fueron alumnos de Rodolfo Usigli (1905-1979) y las primeras obras de Carballido y Magaña se estrenaron en el Palacio de Bellas Artes con llenos durante sus temporadas, hecho que los colocaba ya en el ámbito teatral mexicano no solo en presencia, sino también en esencia, ya que sus obras recurrían en su temática a la idiosincrasia del personaje de clase media o baja según las propias vivencias de los dramaturgos.
En La prisionera, Emilio Carballido no recurre a vivencias cercanas a él, sino a una anécdota que le fue narrada para desarrollar con destreza y fértil imaginación una obra de tintes políticos.
El director escoge cambiarle el tono a la obra y la transforma de melodrama a farsa melodramática. Con este cambio de género se infiere que la farsa tendrá un tono sustitutivo y en tal contexto se puede decir, metafóricamente, que en el faro, espacio donde se desarrolla la obra, hay una gran telaraña elaborada cuidadosamente por una araña capulina que continuará tejiendo su red para justificar su existencia. De pronto, una mariposa es arrojada por el vendaval, quedando prisionera entre los hilos y la carcelera adusta, hosca, huraña y amargada, en contraposición a la mariposa iridiscente. Ambas se enfrentan en una danza aérea, donde la opacidad y la luminosidad tienen un juego de lucha sutil y delicada que provocará la transformación de la araña a través de los sentidos, la empatía y la generosidad.
Como las escaleras del faro que semejan un círculo concéntrico o una espiral que pretende cerrarse y escapa por breve espacio de tiempo y lugar sin nunca lograr el cierre del círculo; o como la serpiente que muerde su cola y forma el cero que significa nada (como alguna vez escribió María Luisa “la China” Mendoza: “…la historia de la nada que me fue heredada”), pero también el comienzo del cambio de la que antes era prisionera de sí misma. Entonces hay dos cautivas que se liberarán conjuntamente a ritmo de María la O, a la vez que la soledad y la melancolía se palpan, se adivinan, se sienten.
La prisionera es una obra que maneja no solo las emociones del espectador, sino que hace un ejercicio de proponer la interacción de los sentidos del público cuando lo coloca al frente del océano y las olas recalan en la playa y uno es salpicado por la brisa y el olor salobre del sargazo y podemos admirar el ocaso y la aurora en el infinito al contemplar el rostro de María Antonieta Miranda de la Rosa, “parienta de banqueros y curas”, como dice el coronel que la lleva al encierro a fin de que no esté arengando a la población para obtener el derecho al voto que como mujeres se les negaba. Un personaje que deberá permanecer en esa celda que no es celda, pero que se antoja, ubicada en lo más alto del faro.
María Antonieta, personaje principal, es interpretado por Rebeca Ruiz Guerrero, quien hace un trabajo lleno de carisma y manejando sus tonos actorales y vocales con desparpajo y conocimiento de su labor escénica. ¡Qué bien transmite con su gestualidad!
Catalina es otro personaje que también se encuentra en un encierro semivoluntario al tener que acompañar al coronel Betancourt, su marido, al mando de un pequeño destacamento, en los confines de un país que podría ser cualquiera que tuviera disturbios y donde exista un faro como guía en la oscuridad de la navegación. Allí van a conducir a la protagonista de la obra que, dado su lugar en la sociedad y parentela intocable, no puede ser enviada a ninguna galera, por lo que se pretende refundirla en un lugar apartado y solitario: qué mejor que un faro donde estará encerrada y desde donde ella se mimetiza al entorno de piedra para brillar con su propia luz.
La carcelera Bertha Merodio es una actriz conocida por sus trabajos con personajes festivos. Aunque estuvo alejada del escenario un tiempo, ahora regresa para interpretar un personaje que dista mucho de lo que había hecho anteriormente. En este logra convencer al espectador con su interpretación seria, medida, sincera, sin perder el carisma que la caracteriza. Raúl Uranga, que interpreta al coronel, tiene el personaje más pequeño y, sin embargo, su presencia es notoria aportando su gran conocimiento y pericia al montaje.
Juan Ramón Góngora, beneficiario del programa Creadores Escénicos 2017 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, es un director con experiencia y una amplia gama de géneros teatrales dirigidos. En esta ocasión lleva a cabo su trabajo con precisión, cuidando casi todos los aspectos de la obra. La dirección actoral es un reto al tener dos actores más experimentados en la comedia que en el melodrama y, sin embargo, ambos actores son capaces de cambiar lo suficiente para dar credibilidad a sus personajes. En ese sentido Góngora hace un “tour de force” para lograr su cometido.
Solo haría una sugerencia al director, ya que en este mundo todo es perfectible: que ponga especial atención en el vestuario de la época que maneja.
Este trabajo se puede disfrutar a las 19:00 horas todos los domingos hasta el 25 de noviembre en Le Cirque Galería, en la calle 57 A x 68 y 70 del barrio de Santiago.