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Cultura

Ava Rocha, una tormenta tropical

Pedro de la Hoz

Los aficionados a la música brasileña no deben perderse el próximo miércoles 25 la presentación en el Palacio de la Música de Mérida de Ava Rocha, una de las más destacadas exponentes de la renovación de la invención sonora en nuestro continente.

En este, su segundo viaje a la nación, viene acompañada por los temas de su más reciente producción discográfica, Transa, en la cual revela cuánto ha avanzado en la construcción de un ideal estético que tiene su fundamento en la ampliación del caudal heredado.

Las etiquetas no siempre dicen la verdad. En la promoción del cartel del Festival de Otoño y Cervantino, y en otros avisos relacionados con su actual gira mexicana, le cuelgan a Ava lo de cantante pop, con el añadido de una supuesta filiación a la sicodelia.

Para entender su propuesta habría que remontarse al punto de partida, o de modo más preciso, a sus múltiples puntos de partida. Detrás de ella está la tupida y gozosa malla tejida por el movimiento de la canción popular brasileña, MPB. Las músicas de Chico Buarque, Gilberto Gil y Caetano Veloso sostienen la aventura de Ava, como también las señas culturales de la gente sencilla y común que han resistido en favelas y sertoes, en la Amazonía y los barrios obreros de las grandes ciudades. Ava no es ajena tampoco a lo que recibe de otras manifestaciones artísticas, como el cine, el teatro, las artes plásticas y la oralidad.

El cine, por supuesto, resultó un factor desencadenante en su vuelo musical. Ava nació prácticamente entre cámaras y moviolas de edición. Su padre fue uno de los más importantes cineastas de América Latina en el siglo pasado, Glauber Rocha, figura cenital del llamado cinema novo brasileño y autor de cintas memorables como Dios y el Diablo en la tierra del sol y Antonio das Mortes. Justamente Glauber conoció a la madre de Ava, la artista colombiana Paula Gaitán, en la época en que filmaba su delirante película La Edad de la Tierra. No por gusto antes de cantar, Ava se inclinó por el cine, al igual que su hermano Erik, que estudió en la Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños, cerca de La Habana.

La decisión de dedicarse a la música surgió a partir de la estremecedora experiencia de asistir a la representación de la versión teatral que realizó José Celso Martines de la monumental obra Os sertoes, de Euclides da Cunha. Dividida en cinco partes de seis horas de duración cada una, la maratónica y desmesurada puesta en escena hizo comprender a Ava que la identidad brasileña sólo podía expresarse mediante una explosión sentimental.

Primero como parte de una banda y después en solitario, con un disco que tres años atrás concitó la aprobación de la crítica, probó y encontró un territorio apropiado para ser ella misma. Tenía claro dos cosas que la tradición no debía ser una referencia congelada y que las generaciones que vendrán solo apreciarán su obra en la medida en que la sientan también como una nueva tradición. Es por ello que su discurso es oscilante pero a la vez centrado. Va de la percusión más abrasiva de las batucadas y los toques de santos a la síntesis electrónica, con un anclaje identitario que nunca pierde.

Así se aprecia ante la escucha de composiciones suyas como Maré Eré y Joana Dark –esta en colaboración con Víctor Hugo y Gabriela Carneiro da Cunha- e incluso cuando aborda baladas de espléndida sencillez como Una canción para usted, concebida en español. Su compañero Negro Leo apuntala el empaque musical.

Voz grave, aparentemente desmañada a veces, y en ocasiones turbulenta, Ava es una tormenta perfecta.

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