Pedro de la Hoz
Arturo Márquez pisa fuerte en la creación musical contemporánea en nuestro continente. Desde México se ha hecho notar por tener una autopista de ida y vuelta entre las convenciones de los formatos concertantes habituales y los aires populares. Al danzón, de tanto arraigo, le dio otra dimensión en obras sinfónicas. Su posición está lejos de aquellos que consideran un favor retomar géneros nacidos y venerados por la gente de a pie para supuestamente categorizarlos en las salas de concierto. Al contrario, Márquez se eleva hasta el danzón, asciende a sus esencias. Todo el que haya escuchado su Danzón no. 2 se rinde ante la evidencia de un tratamiento orquestal formidable, que se corresponde, a otro nivel, con la magnífica tradición de las danzoneras mexicanas en los míticos salones que perviven en nuestros días.
El compositor sonorense fue invitado especialmente para clausurar ayer domingo el 31 Festival de La Habana de Música Contemporánea, que todos los años organiza la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Su presencia en la escena de la sala Covarrubias del Teatro Nacional tuvo por argumento el estreno en la isla de su obra Concierto Son, para flauta y orquesta, dirigida por él, al frente de la Sinfónica Nacional de Cuba y con la colaboración de la flautista mexicana Elena Durán.
Al público no le era desconocido Márquez. Precisamente Danzón no. 2 entró en el repertorio del organismo sinfónico habanero desde que Gonzalo Romeu, director que ha hecho carrera en México, lo puso a disposición de este auditorio.
Si con esa expresión cuyo patrimonio es compartido por dos pueblos cercanos –aun cuando, como se conoce, su punto de partida ampliamente documentado se halla en la ciudad de Matanzas, al norte de la isla, y la primera partitura escrita se debió al matancero Miguel Faílde-, Márquez logró una singular plasmación, no podían ser menores las expectativas ante el anuncio de que la obra a estrenarse tomaba como referencia el son, complejo músico-danzario cubano por antonomasia, que sobrepasó al danzón en el imaginario popular.
Antes de que alguien rechine los dientes por esto que escribo, soy consciente de que existen otras variantes del son en la cuenca del Caribe, y por supuesto, en México. Pero al destacar la relevancia del complejo son en la cultura cubana, lo hago sobre la base de un recorrido que permea desde el siglo XIX las especies bailables que se fueron sucediendo en el tiempo y alcanzaron una irradiación internacional hasta llegar a la salsa.
Esto lo asume Márquez en una pieza largamente elaborada, que comenzó a fraguarse hace veinte años. Disfrutaba por entonces de una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, cuando, al amparo de esa protección, escribió los dos primeros movimientos, dados a conocer en su momento por el flautista mexicano Alejandro Escuer en Colombia, con la Orquesta Filarmónica de Bogotá.
En 2017 el compositor sintió que le faltaba redondear la pieza y añadió una cadenza para el instrumento solista a modo de tercer movimiento, y otro más de carácter conclusivo. La audición habanera fue la segunda de Concierto Son; el estreno de la versión definitiva había tenido lugar el primer día de diciembre de 2017 en el Palacio de Bellas Artes, por la Orquesta Sinfónica Nacional, conducida por Lanfranco Marcelletti, y con la misma Elena Durán como solista.
El movimiento inicial, de signo rapsódico, establece un diálogo entre las células rítmicas de los sones caribeños, los de uno y otro lado, binarios y ternarios. El son cubano aparece con mayor nitidez en una de las secciones del segundo, donde alterna con un bolero que se entrecruza con el danzón mambeado. La cadenza ofrece oportunidad para el lucimiento del solista, en este caso una Elena Durán que sabe extraer al registro de la flauta los mejores jugos, antes de que en el movimiento final se impongan los pasos de conga en el tema de mayor pegada de la partitura.
Márquez subrayó la importancia de hacer sonar en La Habana su obra. “La música cubana es oxígeno para la música latinoamericana y caribeña”, dijo.