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Cultura

Joe Williams tenía que cantar

Se declaró un cantante compulsivo. A su colega Tony Bennet le dijo: “No es que yo desee cantar; tengo la necesidad de cantar”. Mientras tuvo fuerzas se entregó a más no poder, con su timbre abaritonado y eso indescriptible que en el territorio del jazz se llama swing.

A cien años de su nacimiento el 12 de diciembre de 1918, en una pequeña localidad del estado de Georgia, Joe Williams es recordado como una de las voces más comunicativas de la historia del jazz, de esas que acomodan el género al oyente, como si lo hubieran hecho toda la vida.

Tuvo la buena y mala suerte a la vez de ser identificado por un momento de su carrera, cuando en 1955 grabó con la orquesta de Count Basie, Everyday I have the Blues. Buena, porque puso su nombre en boca de los aficionados de costa a costa y reconvirtió ese tema en uno de los más populares del año, al punto que estuvo veinte semanas entre los diez de la categoría rythm & blues. Mala, porque prácticamente lo condenó a que mucho público no quisiera nunca más escucharlo en otras canciones.

Basie, que era un viejo zorro a la hora de armar un repertorio para el gusto de las mayorías y le gustaba jugar al seguro, había fichado un año antes a Joe para que fuera su cantante de planta, y había escuchado su anterior interpretación, tres años atrás, con la banda de King Kolax.

En realidad, Joe había incorporado a su voz Everyday I have the Blues desde mucho antes, de oírla en clubes de jazz y encuentros casuales de músicos, puesto que desde mediados de la década de los treinta se había regado como pólvora la contagiosa melodía de la canción al parecer nacida del talento de los hermanos Pinetop y Milton Sparks.

Sin embargo, en la grabación con la banda de Count Basie –y en la que ese mismo año realizó, desde una óptica diferente pero igualmente formidable, B. B. King–, los créditos del compositor se los llevó otro apreciable hombre de jazz en la época, Memphis Slim, quien alterando la letra y el título –rebautizada como Nobody loves me– la había puesto a circular en 1949.

Que sepamos, no hubo reclamación por parte de los Sparks. Ante las numerosas versiones posteriores de la canción, incluso aquellas que recuperaron la letra original de Everyday I have the Blues –por ella han pasado, entre otros, Elmore James y Ray Charles, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan, Eric Clapton y Carlos Santana–, el escritor y productor Colin Escott ironizó que con las regalías del derecho de autor a Slim le habría bastado “para pasear un Rolls Royce por las calles de París”.

Williams halló seguridad en la línea frontal de las bandas de su tiempo, pero la de Basie, entre 1954 y 1961, fue la que mejor le vino. Incluso después de su salida, volvió en varias ocasiones a compartir con esa orquesta y realizó puntuales giras nacionales e internacionales con ella.

Con los músicos liderados por el legendario pianista, apareció cantando en dos películas: Jamboree (1957), de Roy Lockwood; y Cinderfella (1960), versión libre del clásico Cinderella, dirigida por Frank Tashlin, para que el inefable histrión Jerry Lewis hiciera de las suyas.

Los últimos años de su vida, que se extendió hasta 1999, Joe los pasó en Las Vegas, donde cantó noche tras noche en clubes de la ciudad. Nunca pudo escapar de la solicitud que le llegaba del público: Everyday I have the Blues.

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