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Cultura

Carmina Burana o el hot dog incompleto

Víctor Salas

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El Peón Contreras estaba lleno al tope, aunque estadísticamente no rebasó al Concurso de Piano Jacinto Cuevas, que tuvo gente hasta en gallola.

El jueves en la noche, había tanta llenitud en el escenario como en el patio de butacas. Esto convertía al teatro en un mundo efervescente dispuesto al goce pleno, y no era una mera ilusión, era una realidad concreta.

Desde los primeros acordes de la orquesta con la entrada coralista ya tuvimos la medida exacta de los momentos emocionantes que viviríamos durante la audición sinfónica de jueves 13 de diciembre de 2018, última en la temporada número 30 de la OSY.

Las miembros de las percusiones hicieron un trabajo impactante, feroz y jocongozo. Al punto tal que produjeron en el director Lomónaco un mundo de libertad solo comparable con la pieza musical misma.

Las percusiones y el coro fueron considerados una de las estrellas de la audición. El trabajo de los coralistas fue ejemplar, profundo, comprometido con el nivel que le darían a la cantata los invitados de Ciudad México: Miguel Angel Mena, Enrique Angeles y Anabel de la Mora.

El coro tuvo, como dijera María Eugenia Guerrero en la rueda de prensa, un destacado trabajo de dicción y pronunciación de las palabras del idioma extranjero. Se escuchó en tal sentido, tanto en las voces masculinas como en las femeninas.

Nada de lo dicho en la rueda de prensa acerca de la calidad de Anabel de la Mora fue exagerado. De solo caminar y aparecer en el proscenio del teatro su belleza es una fuerza que atrapa, y es que la suya es una lindura dulce, apacible y armoniosa.

Para su función con la OSY, lució un traje rojo sin luces, que destacó su blancura y fineza de mujer plena. No hay errores en la suya, digo, reitero, su hermosura. Pero al dejarnos escuchar su voz, todos los adjetivos anteriores caminaron por lo superlativo. Sus cuerdas vocales son sólidos instrumentos que ella maneja a la perfección, en el forte y el piano, y en los sostenidos. Corporalmente, no hace aspavientos porque no los necesita. Apenas en un momento, colocó la mano al pecho como para apretar la emoción que le fluía como el cauce de un río que va a su delta marino. Me encantó el momento en que unió su voz de gran soprano con las del coro infantil.

El primero de los solistas en intervenir fue Enrique Angeles, quien dramatizó sus textos, ubicándonos en el contexto escénico de lo que cantaba. Su voz es potente, de logrados matices actorales. Acto seguido lo hizo Miguel Angel Mena, quien tuvo una brevísima intervención. Su timbre de voz, algunos lo escucharon algo raro. Pero, en lo particular, me gustó, ¡y mucho! Otra rareza fue que la silla que le correspondía ocupar a Miguel Angel, se mantuvo vacía.

La orquesta mantuvo como hilo mancado a todos los asistentes, tuvo una sonoridad vibrante cuando lo tenía que hacer y tierna en otros pasajes. Parece que la cantata les produjo contento especial a los atrilistas sinfónicos y vaya que es de agradecer.

Lomónaco estuvo como en limusina de lujo, yendo y viniendo, diciendo y ejecutando todos los pasajes de la orquecantata con el placer del trabajo conocido. La OSY tuvo un desempeño redondo; reconocido sin regateos por el público puesto de pie dando una larguísima y sonora ovación a todos, todos los participantes de esa deliciosa experiencia con Carmina Burana.

El hot dog no estuvo completo, porque no le encuentro sentido a ese criterio que utilizan en la OSY, de mantener los nombres de las cosas musicales en su idioma original. ¿A poco ellos saben idioma medieval antiguo, o lenguas muertas? Si es así, pues son comparables con Jorge Luis Borges, que sentía fascinación por los idiomas antiguos. ¿Qué caso tiene poner siete títulos y veinticinco subtítulos en latín? ¿Por qué no los españolizaron?

Investigué en YouTube, cómo le hacen en otros lugares y me encontré con que se traducen al idioma del país a donde se presenta la obra. ¿Por qué aquí, no? ¿Hay palabras atrevidas? ¿A quién asustan hoy día?

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