Pedro de la Hoz
A las 10:49 a.m. de ayer jueves 17 de octubre de 2019, el corazón de Alicia Alonso no pudo más. Por mucho que los especialistas del Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas (CIMEQ), ubicado al oeste de la capital cubana, intentaron reanimar la tensión arterial, cuya sensible caída motivó el súbito ingreso horas antes, la muerte sobrevino.
Apenas enterado del suceso luctuoso, Miguel Díaz Canel, presidente de la República de Cuba, circuló el siguiente mensaje en las redes sociales: “Alicia Alonso se ha ido y nos deja un enorme vacío, pero también un insuperable legado. Ella situó a Cuba en el altar de lo mejor de la danza mundial. Gracias, Alicia, por tu obra inmortal”.
Quien fue uno de sus grandes amigos, el poeta y etnólogo Miguel Barnet habló conmovido de su grandeza, “no sólo por lo que hizo ella y logró, sino también por haber creado una escuela con un estilo propio, reconocido y reconocible, una escuela más sensual, voluptuosa, curvilínea, nada rígida; ningún bailarín cubano se basa sólo en la técnica, sino también en la calidad interpretativa”.
Desde China, Carlos Acosta, la figura más representativa de la danza cubana en las dos últimas décadas, hizo un paréntesis en la gira de su compañía para declarar: “Se fue mamá. La estrella más grande de todas. Alicia Alonso ¡inmortal!”
El American Ballet Theatre (ABT), una de las compañías de la danza clásica más reconocidas del siglo XX, recordó la huella de Alicia en esa agrupación, de la cual fue fundadora. Su actual director artístico Kevin McKenzie expresó gran admiración hacia la bailarina cubana y compartió la consternación de los integrantes de la compañía.
En Francia y Canadá, en Japón y Sudáfrica, en Gran Bretaña y España, en México y Argentina, en los cuatro puntos cardinales –no podía faltar Yucatán, donde Alicia y el Ballet Nacional de Cuba ofrecieron más de una vez su arte– , la noticia del deceso de la artista generó muestras de pesar entre colegas y aficionados, intelectuales y gente sencilla que admiró su obra, y a la vez una ola de elogios a su larga y fecunda trayectoria artística.
Contaba 98 años de edad y sacaba números y fuerzas para ver si llegaba a tener la dicha de asistir en vida al centenario de su nacimiento el 21 de diciembre del año próximo. No le alcanzó el aliento, pero desde la eternidad legítimamente conquistada, de seguro seguirá los hitos de lo que será, ahora más que nunca, una jornada memorable.
En tal sentido se pronunció Viengsay Valdés, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba y encargada meses atrás por la propia Alicia de llevar las riendas de la preparación y programación artística. “Será mucho mayor mi compromiso de seguir sus pasos y perpetuar su legado histórico en el ballet cubano”, afirmó. “Su técnica poderosa y gran histrionismo –recalcó–, su rectitud y exigencia constituyen un ejemplo a seguir para bailarines de todo el mundo. Es imposible no mencionarla como el referente del ballet cubano, debido a su empeño y resultado por mostrar al mundo entero nuestra Escuela Cubana de Ballet y expandir la danza a todos aquellos que aman las artes. Será irrepetible. Unica”,
Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular enclave de Marianao, municipio de la zona oeste habanera, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez Arredondo, teniente veterinario del Ejército, y Ernestina del Hoyo Lugo, modista, la que sería con el tiempo artista excepcional del arte encontró en la danza desde muy temprana edad la vocación que guiaría toda su vida. Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces.
Al escribir el obituario en nombre de la compañía, el historiador Miguel Cabrera afirmó que trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea, pues transita desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan, el Ballet Theatre de New York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico en todo el mundo. Su jerarquía de prima ballerina assoluta no obedeció a una caprichosa reputación, sino al dominio de un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.
Cuando el 28 de noviembre de 1995, en el Teatro Massini de la ciudad italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como intérprete, ya había logrado establecer un récord difícil de igualar, no sólo por el tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con que lo hizo.
Pero la grandeza de la Alonso, no radica solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, recibir las más atronadoras ovaciones, imposibles de contabilizar, de Helsinki a Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino en haber puesto al servicio de su Patria todos los honores recibidos, entre ellos los 266 premios y distinciones internacionales, 225 de carácter nacional y las 69 creaciones coreográficas románticas, clásicas y contemporáneas que realizó, revertiéndolos como frutos del quehacer que ella vio siempre como modesta contribución no sólo a su cultura, sino a la cultura danzaria mundial.
Hace más de medio siglo al regresar a Cuba cargada de honores extranjeros, no vacilaba en declarar: “Toda mi esperanza y mis sueños consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestro propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos”.
Esa patriótica postura la llevó a fundar, junto a Fernando y a Alberto Alonso el 28 de octubre de 1948, el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente reconocida Escuela Cubana de Ballet.
“Es la Alicia guía y mentora –evocó Cabrera–, que con su don aglutinador pudo convocar en La Habana, en 26 Festivales Internacionales de Ballet, a las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y amistad. Y es también la Alicia que hemos visto dar la mejor entrega de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en rústicas tarimas, en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que éste sea, siempre se asciende y nunca se desciende”.
”Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado –añadió– conocimos también el extraordinario ser humano que había en ella, que por coraje y férrea disciplina no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones. Fue la Alicia nuestra, que aunque bañada de cosmopolitismo añoró oír los cantos de nuestros gallos, gustar del olor a salitre de su Malecón habanero, valorar la mariposa y el coralillo como las flores más exquisitas, o fascinarse con los adelantos científicos y los misterios del cosmos. ‘Un ímpetu tenaz, frenético, heroico –disparado contra la enfermedad y contra el tiempo– hacia la perfección incansable’, como acertadamente la definió el gran intelectual Juan Marinello”.
Tras calificarla como mujer profundamente comprometida con el destino de su Patria y con la Revolución Cubana, la Presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba destacó que Alicia “fue y será uno de los símbolos más entrañables de la cultura nacional”. La nota subrayó su condición de Heroína Nacional del Trabajo de la República de Cuba, sus numerosos reconocimientos entre los cuales destacan la Orden José Martí, el Premio Nacional de la Danza y el Gran Premio de la Ciudad de París, y su papel en la fundación de la UNEAC. En el IX Congreso de la organización, en junio pasado, los delegados ratificaron su nombramiento como Miembro de Honor del Consejo Nacional de la UNEAC, en virtud de sus ejemplares contribuciones a la vanguardia del movimiento artístico e intelectual.
No puede obviarse a la hora del recuento cómo en 1956 el Ballet Alicia Alonso y ella misma sufrieron los desmanes de la dictadura batistiana, que trató de convertirla en su agente propagandístico. Al no conseguirlo retiró el magro apoyo económico estatal. Alicia Alonso dio a conocer una carta pública de denuncia. Se realizó una gira de protesta nacional que culminó con una función de homenaje y desagravio organizada por la Federación Estudiantil Universitaria. La prima ballerina assoluta radicalizó su posición negándose a bailar en Cuba mientras se mantuviera en el poder la tiranía.
Al triunfo de la Revolución regresó a la Isla. Fue providencial su encuentro con Fidel Castro. Las nuevas autoridades no sólo apoyaron y alentaron la actividad del Ballet Nacional de Cuba, sino también la enseñanza de la danza clásica.
El 16 de octubre de 2008, Fidel Castro dirigió una carta a Alicia en la que suscribió: “Tu mérito es muy grande. Alcanzaste lo más altos laureles del mundo antes del triunfo de la Revolución. Sólo excepcionalmente alguien puede realizar esa proeza. Hoy el ballet y otras muchas actividades del arte y la cultura se han masificado. Aquella fue como la mano de seda que despertó el genio dormido en el fondo del alma de nuestro pueblo”.