Pedro de la Hoz
El mundo de la danza celebra este año el centenario de Merce Cunningham. Los actos se suceden en varias partes de la geografía mundial, donde quiera que haya coreógrafos, bailarines y coreógrafos que de manera abierta admitan que la historia de la danza del siglo XX no puede explicarse sin la impronta de aquel norteamericano nacido el 16 de abril de 1919 en una localidad cercana a Washington.
Esta misma semana en París su figura acapara la agenda del Festival de Otoño de la capital francesa. Tres afamadas compañías, el Ballet de la Opera Nacional de París, el Ballet Real de Londres y el Ballet de la Opera Vlaanderen, unieron fuerzas para presentar lo que han dado en llamar Retrato Merce Cunningham, en el Teatro de la Villa.
El Kennedy Center, de Washington, le dedicó unas jornadas, con la participación del Center National de Danse Contemporaine, de Angers, Francia, que puso en escena las obras Beach Birds y Biped, El CNDC, ofreció una mirada renovada a esas dos piezas de Cunningham de la década de 1990, cuidadosamente reconstruidas y puestas en escena por Robert Swinston, director de la compañía quien fue miembro de la Compañía de Danza Merce Cunningham. Como para redondear la entrega, estuvo presente Gavin Bryars, cuyos primeros trabajos compositivos se imbricaron con la llamada New York School, de John Cage, quien a su vez fue uno de los más cercanos colaboradores de Cunnignham. Particularmente Bryars escribió una obra memorable, El naufragio del Titanic (1969). La banda sonora de Biped, solicitada por Cunninghan, es una de las más interesantes aportaciones sonoras de Bryars al lenguaje de la danza contemporánea.
Con más de 200 trabajos en su catálogo, Merce Cunningham, formado en danza y teatro, inició su exitosa trayectoria como bailarín de la compañía de Martha Graham, donde permaneció entre 1939 y 1945. Posteriormente comenzó su trabajo en solitario y al frente de su compañía, la Merce Cunningham Dance Company, fundada en 1953.
En 1997 empezó a trabajar en captura de movimientos con Paul Kaiser y Shelley Eshkar de Riverbed Media para desarrollar el decorado para Biped, interpretada por vez primera en 1999 en el Zellerbach Hall, de la Universidad de California en Berkeley. Otra obra destacada, Interscape, interpretada por vez primera en 2000, unió a Cunningham con su anterior colaborador Robert Rauschenberg, uno de los más afamados artistas plásticos norteamericanos de la pasada centuria, quien diseñó el decorado y los vestuarios de la danza, con música de Cage.
En la década de los 90, inició Cunningham su trabajo con el programa para ordenador Danceforms, adelantado en la articulación de la danza a las nuevas tecnologías, entre cuyos frutos se cuenta Trackers (1991). Meses antes de su muerte el bailarín y coreógrafo celebró su 90 cumpleaños con el trabajo Nearly Ninety, estrenado en Nueva York y visto también en el Festival Internacional Madrid en Danza de 2009.
Al registrar su trayectoria, el crítico cubano Roger Salas, una de las voces más autorizadas sobre la danza en Iberoamérica, recordó cómo en 1942, Merce y dos miembros de la compañía de la Graham, Jean Erdman y Nina Fonarov, hicieron un concierto con sus trabajos originales. En uno de ellos, Credo in Us, ya se usaba música de John Cage. El programa se repitió el 20 y el 21 de octubre del mismo año en el estudio-teatro de Humprey-Weidman, con Tótem ancestro, música también de Cage. Esta unión entre compositor y coreógrafo es comparable a la de Chaikovski con Petipa o a la de Stravinski con Balanchine. El 5 de abril de 1944, Cunningham y Cage presentan su primer concierto de solos, entre ellos Root of an unfocus. “Siguieron juntos más de cincuenta años –precisó Salas– , un trabajo vital y enorme que abarcaba el experimento radical, el uso del silencio, la serialidad, la introspección especulativa y la multiplicidad de puntos referenciales en el espacio y en el tiempo”. Como se sabe, Cage fue una de las figuras icónicas de la vanguardia musical del siglo XX, como compositor y teórico.
En la última etapa de su vida, Cunningham defendió la idea de que “la danza está profundamente ligada a cada instante que se vive”. Fue así que paseó por el mundo un programa llamado Eventos, concebido por primera vez en 1964, bajo el principio de que la vida y el vigor de la danza dependen de esa singularidad.
Cuando le preguntaron cómo se conectaba con el público, Cunningham respondió: “Creo que encuentra una experiencia. No le doy pistas, aunque la gente que nos ve a menudo dice que sí las hay y se siente muy satisfecha al pensar que las ha encontrado. Nunca ha sido mi intención ser misterioso. Me gustaría que el público viniera a vernos sin ideas preconcebidas, que viviese una experiencia nueva en el mismo momento de percibirla. Actualmente lo hacemos todos los días cuando nos enfrentamos a las nuevas tecnologías. La tecnología está cambiando nuestra forma de ver las cosas. Simplemente aceptamos que existen. Mi campo sigue siendo el movimiento del cuerpo humano y eso no ha cambiado desde que nos erguimos para andar con los dos pies. Aunque las posibilidades específicas que tiene el cuerpo para moverse son relativamente pocas, su variación no tiene límites”.