Pedro de la Hoz
El Miércoles Santo tiene su música. En la fe católica cierra el capítulo de la Cuaresma y la apertura de la Pascua. Debe haber sido ese día en el que se consumó la delación de Judas Iscariote y se selló la suerte de Jesús. Los Evangelios del Nuevo Testamento relatan, con variaciones, los sucesos de aquella jornada.
Pero de la música que comentaré habrá que rastrear sus raíces en textos anteriores, en uno de los llamados libros proféticos, atribuido a Jeremías, y sus lamentaciones ante la Jerusalén devastada por las huestes babilónicas de Nabucodonosor II.
De cómo llegó al culto cristiano una referencia ajena a la aprehensión, juicio, muerte y sacrificio de Jesús, es para algunos un misterio. Parece que en el siglo IX se puso en boga anticipar para las vísperas del día de la crucifixión el rezo vespertino conocido por Oficio de Tinieblas o Tenebrae. Quince cirios encendidos, portados por un candelabro denominado tenebrario, representan a los once Apóstoles fieles a Jesús, a María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás y a la Virgen María. Se apagan las luces del templo y todos los cirios menos uno, el de la Virgen, mientras se entonan salmos.
Fue a partir de esa tradición litúrgica que en 1714 las monjas de la Abadía de Longchamp, en la Borgoña francesa, encargaron a Francois Couperin una partitura original para la ceremonia. Nació así una de las piezas más estremecedoras de la época, Lecciones de tinieblas, basadas en las Lamentaciones de Jeremías, cuyos valores musicales han trascendido hasta nuestros días.
En realidad son tres las lecciones que han sobrevivido, dos de ellas para una sola voz y la tercera para dos voces altas, sostenidas por un bajo continuo. La Biblioteca Nacional de Francia conserva un ejemplar de la edición príncipe, plasmada por el litógrafo Francois de Plessy, para la casa Foucaut. En la portada se lee: Lecons de Tenebre / A une et deux Voix / Par Mr Couperin Compositeur - Organiste de la Chapelle du Roy.
Todo indica que Couperin compuso nueve lecciones, con la idea de que fueran interpretadas Miércoles, Jueves y Viernes Santo. El musicólogo español Mario Guada ha señalado cuán extraño es que “Couperin no publicara las nueve lecciones, ya que en el prefacio existente de su publicación hace una clara referencia a la aparición inminente de los restantes seis e incluso revelaba que las tres lecciones para Viernes Santo se habían compuesto algunos años antes”.
Ello no resta un ápice a la grandeza de la obra. El propio Guada apunta: “Es música absolutamente gloriosa, especialmente la última de las lecciones, a dos sopranos, encontrándose en todas ellas un énfasis en la declamación solitaria que trasciende cualquier atracción superficial que pueda haber estado de moda, logrando acercar las composiciones a la angustia pretendida por el Profeta Jeremías en sus textos. Couperin recurre al recitativo y al arioso con gran carga declamatoria, en cierta manera procedente de la tragédie en musique, aunque brillantemente se conforma con adoptar la fórmula de canto llano como base para la frase inicial Incipit Lamentatio Jeremiæ”.
Las religiosas de Longchamp supieron a qué puerta tocar. Couperin, a quien apodaban el Grande, era considerado uno de los músicos más importantes de la Francia de las primeras décadas del siglo XVIII, consagrado posteriormente como elemento esencial de la escuela barroca de su país.
A él se debió el extraordinario desarrollo de la literatura para clavecín en el cruce de los siglos XVII y XVIII. En su catálogo destacan las dos Misas para órgano (1690), los cuatro volúmenes de Piezas para clave –publicados entre 1713 y 1730, y conformados por 230 partituras– y las colecciones Concerts royaux (1715), Les goût réunies (1724) y Les Nations (1726).
De las Lecciones de tinieblas recomiendo la audición de una curiosa grabación del sello Vanguard, que data de 1960 a la que tuve acceso esta semana, por un elenco británico encabezado por el contratenor Alfred Deller, quien suma al tenor Wilfred Brown en la tercer lección, en compañía de Desmond Dupré en la viola da gamba y el organista Henry Gabb.