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Cultura

Una isla habitada por anglosajones en la Polinesia

Conrado Roche Reyes

A finales del siglo XIX (1887) un navío norteamericano que navegaba por las islas del sur, lo que viene siendo parte de la Polinesia, se llevó una gran sorpresa al fondear su barco y bajar a una isla que se suponía deshabitada o, por lo menos, su gente debería ser de la raza polinesia; es decir, ojos un tanto rasgados y piel cobriza pálida. Se llevaron la sorpresa de su vida al hallar que quienes ahí vivían, en aquella paradisíaca pequeña isla, eran rubios y de ojos claros, de indudable procedencia europea, y algunos mestizos, confundidos con personas morfológicamente de raza polinesia. Este asombro entre la tripulación fue despejada por quienes vivían en aquel lugar, que contaron la historia de su estancia, nacimiento y raza en aquel rincón del mundo que no aparecía en los mapas.

El barco de la Armada inglesa “Bounty” realizaba una travesía para traer hasta el Caribe el mítico árbol del pan, que se decía en esta región del Pacífico Sur, alrededor de las islas de lo que hoy conocemos como Tahití. El “Bounty” transportaría árboles del pan para las plantaciones en las colonias inglesas del Caribe, siendo comandada la nave por el teniente William Bligh, un feroz hombre de 33 años.

Tras una larga travesía de diez meses, por diversas causas, tormentas y malos vientos, finalmente llegó a Tahití. La tripulación la constituían 44 miembros. Debido a estos contratiempos, Bligs hubo de permanecer cinco meses para trasplantar los árboles del pan en la estación propicia, aunque la espera fue bastante placentera, ya que la isla era paradisíaca y gozaron de la amabilidad de los tahitianos, en especial de las mujeres.

Llevados al buque los árboles del pan, zarparon de nuevo hacia el Caribe. Navegando aún por los mares del sur, cierta ocasión Bligh notó que faltaban algunos frutos de coco. Entonces acusó severamente a la tripulación y regañó ferozmente al segundo de a bordo, Christian Fletcher, llamándolo públicamente perro maldito. El almirante ordenó que se redujeran las raciones de agua y alimentos y amenazó con echar al mar a quien se sorprendiera robando, incluso castigó físicamente, a la usanza de la época, a unos marinos. Esto provocó la rabia de Fletcher y algunos marinos, en la madrugada, aparecieron con rifles y bayonetas. La noche anterior Fletcher había sido visto llorando de rabia. Él era la cabeza de la rebelión. Se apoderaron del buque. Colocaron al almirante en una pequeña embarcación con otros que no se unieron al motín y así, en una hazaña sin precedentes, solo con un poco de agua y comida, en ese bote navegaron 5,000 kilómetros hasta las islas Timor. De ahí a Inglaterra, en donde denunció el motín encabezado por Christian Fletcher.

En el barco quedaron 25 hombres que secundaron a Fletcher. En Tahití dejaron a 16 hombres que no aprobaban la actuación de Fletcher, esperando algún buque que los regresara a su patria. Entonces los demás siguieron en el buque llevando a bordo a seis hombres y once mujeres. Después de navegar a la deriva, vieron la isla Pitcairn, que no figuraba en el mapa. Bajaron lo necesario de a bordo (enseres) y quemaron el barco para evitar toda huella. Construyeron varias cabañas que camuflaron para no ser vistas desde el mar.

Cuando el barco norteamericano descubrió Pitcairn, la mayor parte de los amotinados ya habían muerto. Sus descendientes continúan viviendo en la isla.

Ahí gozaron. En realidad se quedaron en la isla por las mujeres. Formaron una pequeña sociedad con sus leyes, siendo su primer presidente un hijo de Christian Fletcher, y es el lugar en donde por primera ocasión se concedió el voto universal de la historia, es decir, hasta las mujeres, para elegir a sus líderes.

Esta aventura (los descendientes viven hasta el día de hoy y se ofrecen tierras casi regaladas en la isla Pitcairn a quien quiera) ha sido objeto de dos películas sobre el hecho, una de ellas protagonizada nada menos que por Marlon Brando en el papel de Christian Fletcher, y el gran Julio Verne escribió un libro acerca de dicha hazaña y motín.

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