Fernando Muñoz Castillo
I
El morbo y lo mórbido por la belleza está presente en todo momento de la historia de la humanidad. Desde el pasaje bíblico Susana y los viejos, la exhibición del cuerpo desnudo de Friné como ejemplo de la belleza, la sensualidad falsa que le crearon a Marilyn y el momento del subway donde la falsedad se rompe para dar paso al placer de mostrarse y darse a todo aquel que la mira con deseo. Hasta el estallido de las nalgas de Alejandra Guzmán en su morbo por ser más sexy y sabrosa y que su público de galería le grite: ¡BUENONA! O los implantes y excesos de gimnasio de los galanes de cine y televisión que no caben en las camisas y no hay saco que les arme elegantemente, hacen que las desmesuradas y operadísimas caderas y glúteos de Lyn May, sean motivo de halago, producto de lo considerado: belleza.
Lo que en Sophia Loren, Jane Masfield, Jorge Rivero, Zulma Faiad y Steve Reeves, se consideraba desmesura, resulta escaso junto a la Tetanic, las curvas plásticas de Ninel Conde, los súper músculos del actor político Arnold Schwarzenegger o los huesos de Angelina Jolie.
II
La belleza ha incitado la mente, cuerpo y alma produciendo muchos ensayos sobre ella. Y ha sido el éxito de muchos pintores, escultores, escritores y poetas.
¿Se acuerdan de aquel fragmento de Nervo que hizo ruborizar a nuestras bisabuelas?:
Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza
de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul!
Hoy resulta más que cursi. Aunque este año celebremos a Nervo.
III
Se puso de moda horadarse el cuerpo, tatuárselo. Sin embargo, desde hace algunos años, en todo el cine hecho en el mundo, ni los malos sacan aretes o metales en el cuerpo, aunque al cercarse la cámara a su rostro, veamos los huecos/hoyos en la piel, que no cubren ni el “panque up” de Max Factor.
La belleza ha explotado y se rebasa cada vez más la belleza arcaica que considerábamos, fealdad, volviéndose el eje de las nuevas generaciones.
Mientras más feos mejor, menos diferencia. Matemos a la belleza hagamos que trague dinamita y explotémosla, hasta que no queden de ella ni añicos.
¿Será que estamos aplicando aquello que escribió Rimbaud en el siglo XIX: “Una noche senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la insulté.”?
O, ¿tal vez nos estemos dando a la tarea de reconstruir y ampliar el concepto de belleza nuevamente, los que amamos la armonía?