Por Cristóbal León Campos*
Quizás debemos ser más francos
reconocer que en la mesa no hay lugar para la retórica del confort
o que el café no puede beberse sin partido ante la muerte.
Siempre será más hermoso el verbo por su acción
y no por su sonido.
Frente al mar se identifican los caminos; sumergirse
en el naufragio de las barcas o admirarse por la inacabada
y misteriosa profundidad profana de sus mitos.
La caricia, ese regalo de las almas, no es el placer
de arrodillar la sonrisa como una marioneta de papel
coqueteando con la injuria.
Las caretas se derrumban con los días y desvergonzada
la palabra blasfema sobre aquello que negó amar; excusas
del pérfido deseo pues la traición sigue teniendo un solo precio.
Aquellos que silencian su voz para complacer a los pudorosos
soberbios o para vestirse de gala y andar por los pasillos
de las academias y círculos del ego, no solo se ofenden a sí
mismos, si no que ofende la matriz del pueblo que los vio surgir.
Nada debe quedar oculto ni en pie si es usado para oprimir.
La libertad nunca será una medalla ni un diploma.
En este camino, el único que tenemos, la dignidad transita junto
a los desposeídos desafiados por el encanto cínico del crucifijo.
*Integrante del Colectivo Disyuntivas