Síguenos

Cultura

Ecos de mi tierra

Por Luis Carlos Coto Mederos

494

La falda y el prejuiciómetro

Hoy contemplé este dibujo

y me quedé meditando.

¿Qué mal que sigan juzgando

a “la bruja” en vez de al “brujo”?

Ya toca hablar sin tapujo,

no darle al tema la espalda,

porque quien calla respalda

a esos infelices seres

que juzgan a las mujeres

por el largo de su falda.

Si eres mujer, ¡qué pecado!

te juzgan según convenga,

los centímetros que tenga

la falda que te has comprado.

Si eres mujer, ten cuidado

con el que te ve y te trata,

pues si sales de bachata

y llevas el dobladillo

a la altura del tobillo

“eres una mojigata.”

La falda marca, al final,

tus estatus y tus “crímenes”

para ciertos especímenes

que todo lo juzgan mal.

Para el macho patriarcal

no te salvarás con nada.

Porque si la falda usada

se pasa de la rodilla

hasta media pantorrilla

“eres un poco anticuada.”

¿En qué código, mujeres,

en América o Europa

está escrito que la ropa

define cómo y quién eres?

Confunde gusto y placeres

quien con machismo se empacha,

pues si llevas una racha

de usar de forma sencilla

la falda por la rodilla:

“qué aburrida es la muchacha”.

Sobre todo, ¿a quién le importa

la forma en que vas vestida?

¿Quién decide la medida

de tu ropa: larga o corta?

La intrusión no se soporta,

todo se malinterpreta,

y si llevas –qué indiscreta–

el filo de la faldilla

encima de la rodilla

“¡oh!, demasiado coqueta”.

Me sienta bastante mal

la actitud micromachista

de quien emplea la vista

como medidor moral.

Sale una chica al portal,

pasea despreocupada

y si la falda es usada

dejando –quiera o no quiera–

tres cuartos de muslo afuera

“¡Qué chica tan descarada!”

Va una mujer a la calle

y entre portales y esquinas

las pupilas masculinas

se fijan hasta el detalle.

Rostro, pecho, piernas, talle.

Estilizada o goyesca.

Bastará con que aparezca

(haya o no haya saludo)

tu medio muslo desnudo

para que digan: “¡Qué fresca!”.

Pero puede ser peor,

la falda sigue subiendo

y el juicio sigue cayendo

en la escala del valor,

asociado al pundonor,

según quien la esté juzgando.

Porque si ella sale usando

su dobladillo intranquilo

a cuatro dedos del filo

de la nalga: “¡Está buscando!”.

Pero puede ser peor

en los calificativos

(haya o no haya motivos)

de la Escala del Señor.

Puede haber más resquemor,

más prejuicio, mayor guerra,

porque si pisas la tierra

llevando el día que salgas

la falda justo en las nalgas

entonces dirán: “¡Qué perra!”.

Pero aún puede ser peor,

aunque parezca mentira,

cuando el ojo que te mira

se erige en inquisidor.

El prejuiciado mayor

sale a recorrer su ruta

y si una mujer disfruta

de un dobladillo notorio

al filo del nalgatorio,

ya directamente es “puta”.

Mojigata o anticuada.

Qué aburrida o qué coqueta.

Resbalosa o indiscreta,

punto, sata o descarada.

Guaricandilla o pasada

de rosca, fulana o fresca.

Buscando (aunque no aparezca)

perra o puta… Tú, ni caso.

Prejuicios y juicio escaso.

Viste como te parezca.

Porque jamás he notado

que se juzgue a algún varón

por llevar el pantalón

más o menos ajustado.

Ni puto, ni descarado,

ni chulo, ni proxeneta,

ni petimetre, ni jeta.

Ni mal novio o mal marido,

aunque, por simple descuido,

lleve abierta la bragueta.

Por lo tanto, esta coacción

en cuanto a la vestimenta

es otra cara violenta

de la cosificación.

Machismo en exposición.

Falocracia nihilista.

Macho alfa exhibicionista

que me lee y piensa (o casi):

“¡Carajo, qué feminazi

me ha salido el repentista!”.

En fin, según ciertos hombres

con menos seso que espaldas

por el largo de sus faldas

las hembras cambian de nombres.

Yo no aspiro a que te asombres,

ni a que des like, ni a que rías,

sino, a que en tus teorías

(mil machismos por kilómetro)

regules tu PREJUICIÓMETRO

con estas décimas mías.

Alexis Díaz Pimienta

Siguiente noticia

Tekit jaranero