Conrado Roche Reyes
Juan dijo a Gaby:
–¿Qué quieres decirme, Gaby?”.
–No sé cómo empezar.
–Dilo con confianza. No te presiones.
Gaby lo miro a los ojos y, sacando valor del fondo del alma, le dijo:
–Quiero que me perdones. Aquello fue una sola vez y estaba en estado de indefensión por uno de nuestros pleitos. Te lo digo porque te quiero mucho y considero injusto que te haya traicionado de esa manera. Yo te amo y esa es la verdad. Tú me diste todo lo que yo había esperado toda mi vida. Un amor limpio, sincero divertido, perfecto. Desgraciadamente, en aquel momento estaba absolutamente yo misma fuera de control. Te lo digo porque te quiero demasiado y quiero casarme contigo. ¿Puedes comprenderlo?
Juan meditódurante algunos segundos su respuesta. En realidad le dolía lo que estaba escuchando. Durante todo el tiempo que duró su romance con Gaby, se dio cuenta que había jugado el papel de entupido. Se había tirado de cabeza, seguro de haber encontrado el amor de su vida y había sido engañado. Se imaginó a Gaby y al amante, riéndose de él mientras hacían el amor.
Sin embargo, apareció en su mente como una eclosión la imagen de Matilde. Después de todo, gracias al rompimiento de su noviazgo con Gaby, había conocido a la mujer más maravillosa del universo. Eso lo tranquilizó. Y con una sonrisa, preguntó:
–¿Y por qué me lo cuentas, si ya todo terminó entre nosotros? Eso, para mí, es una página borrada, y ya no tiene la menor importancia.
–Déjame terminar –insistió ella, con un brillo de lágrimas en los ojos–. Después de terminar contigo, caí en una depresión espantosa. Decidí no volver a ver al otro tampoco, y dejé mi trabajo, a mis amigos, todas mis actividades. Pronto me di cuenta de lo equivocada que estaba. En realidad, al único hombre que he amado es a ti. Estoy terriblemente arrepentida de haber destruido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. Juan, te amo, te quiero, te deseo. Estoy dispuesta a hacer lo que tú me digas, con tal de conseguir que me perdones.
El sollozo se convirtió en un llanto pleno que salía de muy adentro. Era –pensó Juan– sincero y real.
–No llores, Gaby, por favor. Tú sabes perfectamente que yo te amé como a nadie. Contigo conocí lo que es el amor verdadero. Estaba dispuesto a vivir el resto de mis días en tu compañía y me sentía el hombre mas afortunado del planeta.
–Entonces –preguntó ella– ¿Podrás perdonarme?
–Perdonarte sí, Gaby, pero quererte ya no.
–¿Por qué?
–Porque estoy enamorado de otra mujer.
Gaby lo miró sorprendida.
–¿Cómo puedes amar a otra mujer en tan poco tiempo? Eso significa que a mí no me querías.
–No, Gaby. Estás equivocada. El día que terminaste conmigo, sentí que algo muy importante se había roto dentro de mí. Juré que no volvería a enamorarme. Estaba tan dolido, que tomé el primer camión que me llevó a Playa del Carmen. Me dediqué a beber, tratando de olvidarte, pero entonces ocurrió un milagro. Apareció como por arte de magia, una niña uruguaya que se entregó totalmente a mí. Con su ternura, con su ingenuidad se metió hasta lo más hondo de mi ser, y transformó el momento más difícil de mi vida, en el más excitante. Voy a casarme con ella.
–Pero, ¿cómo es posible –arguyó Gaby, con furia– que te hayas dejado engatusar por una niña que podría ser tu hija? ¿Qué, no te das cuenta que el ingenuo eres tú?
–Mira Gaby –dijo irritado Juan– si dices una sola palabra contra mi futura esposa, me levanto y me voy en este momento. No tienes ningún derecho sobre mí. Tú destrozaste todo lo bueno que había entre nosotros.
–Pero es que estoy arrepentida.
–Es muy tarde.
Gaby se puso en pie. Lo miró lleno de rencor y, sin decir nada, salió.
Juan se sintió incómodo. La escena había atraído la mirada disimulada de meseros y clientes del restaurante. Decidió pedir un whisky y permanecer un rato más en la mesa.