Pedro de la Hoz
Con el primer día de julio, la Swing Symphony, de Wynton Marsalis, comenzó a darle la vuelta al mundo. El sello discográfico Blue Engine habilitó la descarga digital de una de las proezas musicales de nuestra época, ejecutada por la Orquesta Sinfónica de St. Louis y la Jazz at Lincoln Center Orchestra (JLCO), bajo la dirección de David Robertson, en sesiones que tuvieron lugar entre el 4 y el 6 de mayo de 2018 en la sala Powell, de St. Louis.
Dividida en siete movimientos, y con la participación como solista del propio Marsalis en la trompeta, la obra de una hora de duración ofrece la visión del autor sobre el origen y la evolución del género que mejor refleja el legado africano a la cultura estadounidense.
A los 57 años de edad, Marsalis, afincado a su punto de partida vital en Nueva Orleans, es sin lugar a dudas no sólo un reconocido intérprete de su instrumento –la crítica lo sitúa como continuador de Miles Davis y Freddie Hubbard–, sino también un sólido compositor y muy destacado pedagogo. El programa Jazz at Lincoln Center, en Nueva York, ha conciliado una ejemplar defensa y promoción de los valores tradicionales con el desarrollo de expresiones que han ensanchado las márgenes del complejo musical de matriz afronorteamericana. La JLCO ha trazado una espiral ascendente en la continuidad de las bandas de formato extendido.
Para Marsalis no existen valladares entre la música occidental de concierto –lo que llaman impropia, pero convencionalmente música clásica– y el jazz. Hasta el momento ha compuesto cuatro sinfonías, la primera subtitulada All Rises; la segunda, Blues Symphony; la tercera, Swing Symphony; y la cuarta, The Jungle.
Comisionada por la Filarmónica de Berlín en 2010, a la sazón conducida por el británico Sir Simon Rattle, la tercera permitió al autor resolver problemas con los que lidió en las anteriores incursiones en esa gran forma instrumental.
Marsalis no sólo se propuso superar lo que hasta entonces había conseguido, sino a la vez empatarse y saltar por encima de otros valiosos precedentes. Entre las referencias estaban la primera audición de la Rapshody in Blue, de George Gershwin, en 1924 por la orquesta de Paul Whiteman con el compositor al piano; la velada del clarinetista Benny Goodman al frente de su banda en el Carnegie Hall en 1938; y el estreno de Black, Brown y Beige, de Duke Ellington en esa misma sala en 1943, que repasaba la historia tonal de la música afroamericana, desde canciones de trabajo y blues hasta el swing moderno, incluida la naciente vertiente afrolatina.
Swing Symphony toma en consideración esos enfoques pero aspira, y logra, un discurso mucho más coherente, sin fisuras, entre los aportes afro y los angloamericanos. También utiliza progresiones armónicas de algunas de las canciones más exitosas del jazz y la música popular para crear una concepción diacrónica de la historia musical de la nación.
“En cada movimiento –declaró Marsalis– me propuse codificar y desarrollar técnicas de integración exitosas desarrolladas a lo largo del siglo XX y hasta el XXI. No importa qué tan profundamente piense sobre los desafíos musicales y filosóficos, los temas prácticos siempre rebasaron lo teórico. Por ejemplo: la orquesta de jazz se sienta en medio de la sinfónica; nuestro volumen medio es al menos dos dinámicas por encima del nivel medio de esta última. ¿Cómo podemos tocar juntos bajo un criterio empastado? ¿Puedes usar las violas para tocar cuartos de notas como una guitarra rítmica? ¿El contrapunto de Nueva Orleans funciona en el espacio escénico masivo ocupado por una sinfónica? ¿Cómo podemos poner el swing y el blues a la vanguardia de la música en lugar de usarlos como meros elementos de color para agregar sabor a los estilos occidentales de la música? Revisé, además, lo que hicieron Gershwin, Bernstein, Price y Copland para resolver estos y otros problemas”.
Me atrevo a decir que Marsalis no sólo despejó las interrogantes que se planteó, sino avanzó hacia una comprensión visceral y emotiva de un ámbito sonoro que pone de relieve la verdadera identidad de un conglomerado humano que difiere de los desafueros, mixtificaciones y concesiones populistas asociados a la industria cultural hegemónica.
Acerca de la elección de la Sinfónica de St. Louis, el compositor dijo: “Para mí todo es continuo. Como estudiante de secundaria toqué la Sinfonía No. 10 de Mahler, en 1978, en la sección de trompetas de la Filarmónica de Nueva Orleans. Hicimos una gira por Alabama bajo la dirección de Leonard Slatkin. Él había comenzado su carrera como director asistente de la Sinfónica de St. Louis a fines de la década de 1960, se convirtió en el director musical de la Filarmónica de Nueva Orleans, y luego regresó a St. Louis en 1979, donde permaneció hasta fines de la década de los noventa. En 1984, toqué con Slatkin el Concierto de Haydn, en la sala Powell. Durante los últimos 30 años la JLCO ha visitado regularmente Powell y siempre hemos recibido una recepción fantástica. La semana de conciertos en 2018, cuando registramos la Swing Symphony, compartimos el escenario con tantos músicos dedicados e inspirados y actuamos para un público tan agradecido, que quedó en mí una experiencia particularmente gratificante. Si consideras la creatividad colectiva, la capacitación, la experiencia y el conocimiento de una orquesta sinfónica y otra de jazz moderno, más un director de la habilidad, la sofisticación y los logros del maestro Robertson, las posibilidades de hacer las cosas bien son increíbles”.