Edgar A. Santiago Pacheco
Aunque también es una búsqueda en los tiempos remotos, poco tiene que ver el presente texto con la conocida novela de Elizabeth Kostova La historiadora, donde Vlad Tepes -Drácula- es el personaje histórico que hila la trama. Aquí lo que se expone es la ausencia de una representante de Clío, musa femenina por cierto, en la historiografía peninsular.
Buscando algunos textos sobre la división territorial de Yucatán para un joven colega, caí en la cuenta, en estos tiempos de la lucha por la igualdad de género y el respeto a las mujeres, de que no teníamos un referente femenino en Yucatán de una practicante de la historia, que hubiera aportado obra, expuesto ideas y explicaciones sobre temas determinados a través del tiempo y el espacio. Y me refiero a un largo período que va de finales del siglo XIX hasta la octava década del siglo XX, cuando surge la disciplina en la formalidad académica de la Universidad de Yucatán.
Si miramos hacia atrás en el tiempo, sin mucho problema recordamos nombres comunes a los interesados en la historia, desde lo clásicos con sus historias generales como Juan Francisco Molina Solís o Eligio Ancona, los propios de principios del siglo XX como José Inés Novelo con su Yucatán 1902-1906, Felipe Pérez Alcalá y sus Recordaciones históricas, Antonio Ferrer de Mendiolea con su Nuestra ciudad Mérida de Yucatán (1542-1938), y muchos otros, que en las diferentes décadas del siglo XX van dejando su huella escrita sobre diversos temas y períodos históricos, los apellidos Betancourt, Orosa Díaz, Canto López, Irigoyen Rosado, son apenas algunos de los muchos que anteceden a los cultivadores profesionales de la historia, sin embargo todos los nombres que anteceden estos apellidos son masculinos.
A las primeras de cambio, vienen a nuestras mentes nombres y obras, pero ninguno de mujer, esto no deja de ser interesante, pues evidencia algo en lo que hasta ahora no había reparado, la historia peninsular era una disciplina masculina, la mujer yucateca no parece tener voz en el concierto de la historiografía hasta después del establecimiento de la especialidad de historia en la UDY en 1980. Rebuscando entre la literatura publicada de antaño, podríamos mencionar a Mireya Priego López con sus trabajos de investigación bibliográfica (desde 1938) y sobre el Origen y evolución de Progreso (1973) aunque su aportación principal fue en el área bibliotecológica, o, a Candelaria Souza de Fernández con su “Educación media superior en Yucatán” (1967) y la “Educación pública privada actualización” en la Enciclopedia Yucatanense (1980), si bien fueron trabajos aislados, su nicho de influencia fue la educación y no la historia, también podríamos mencionar a Margarita P. de Hernández con su notable Monografía de la Universidad de Yucatán (1977), su única obra de este calado.
Las mencionadas líneas arriba, reconociéndoles sus brillantes trayectorias, dejan muchas dudas sobre si puede calificárseles como historiadoras, desde el simple punto de vista de una estudiosa de los temas del pasado a través de la recopilación de datos históricos y escritora de textos respaldados por documentos con sentido interpretativo de los hechos, varios colegas con los que crucé palabras al respecto manifestaron sus dudas. Los procesos de introspección, siempre necesarios en toda disciplina, muchas veces nos arrojan verdades ocultas a la vista de todos, no existe en la historia yucateca una tradición historiográfica femenina, al menos hasta este punto no la hemos hallado. Las explicaciones pueden ser varias, desde el simplista poco interés de las mujeres por el pasado y las difíciles condiciones sociales para ejercer la actividad, hasta el secuestro de la disciplina por la masculinidad dominante y excluyente, como fuere, bien merece este hecho ser explicado con trabajos de mayor profundidad.
Por el momento, parece que la búsqueda de Drácula en la novela de Elizabeth Kostova, arrojó más resultados de los orígenes del empalador rumano, que la búsqueda de historiadoras en Yucatán en las primeras ocho décadas del siglo XX.