Síguenos

Cultura

'Baños Roma”

Jorge Cortés Ancona

“Baños Roma”, de la compañía Teatro Línea de Sombra, se centra en la presencia de José Ángel “Mantequilla” Nápoles en Ciudad Juárez y en la violencia y corrupción que han asolado a esa ciudad en decenios recientes, representativa de una situación nacional. La única función se dio en el Teatro Daniel Ayala el pasado lunes 23 de septiembre dentro del Festival de Teatro Wilberto Cantón 2019, organizado por la Sedeculta y la Secretaría de Cultura federal.

En escena se indica el origen de esta obra, a partir de una nota periodística donde se informaba de las precarias condiciones en que vivía el boxeador cubano-mexicano en la ciudad fronteriza. De ahí, se hizo un trabajo de campo del que resultaron testimonios e imágenes, sobre todo en cuanto a la relación amorosa del expúgil con su esposa Berta Navarro, a su senilidad, con la consiguiente pérdida de memoria y abandono social, y sobre el gimnasio (“Baños Roma”) que regenteó y que gradualmente se fue quedando sin pupilos. De su carrera deportiva, se recuerdan su obtención del campeonato y la pelea con Carlos Monzón, acerca de la cual se lee un pasaje del cuento “La noche de Mantequilla”, de Julio Cortázar.

Lejos de la violencia legal y reglamentada del boxeo, la muerte, las desapariciones y los abusos policiales que asolan la ciudad fronteriza son motivo de denuncia a través de lo que se dice en escena. Además de haber tratado sobre el sufrimiento de los perros callejeros, es de agradecer que señalen la circunstancia perversa de los especuladores que están adquiriendo a bajo precio los inmuebles de la gente que huye de la violencia de Ciudad Juárez. Ese negocio que a la larga va a florecer con cinismo en esa y otras ciudades mexicanas y que hace pensar en la existencia de gente a la que le conviene esta megaviolencia nacional para aprovecharla económicamente.

El boxeo es el campeón de los deportes en cuanto a teatro, cine y literatura, y esta obra, más que a la épica o la corrupción boxísticas se remite a la decadencia, la caída final del boxeador. Mantequilla merece ser recordado por muchas más razones que por la desafortunada pelea con Monzón. Su vida interesa por él mismo, por su carrera deportiva y por el tiempo que le tocó vivir, así que celebramos que se hable de él. Habría que preguntarse si esta obra teatral ayudó a mejorar su condición más allá de haber llamado la atención acerca de su vida en la ciudad norteña.

Esta puesta en escena, dirigida por Jorge Vargas, se desenvuelve por medio de relatos contados o actuados en escena, rutinas de entrenamiento reales y simbólicas, videos diversos, proyección en tiempo real, interpretaciones con karaoke, música en vivo, incluyendo la norteña, bailes, fotos, mapas y lectura de textos literarios.

Con todos esos estímulos podría pensarse en un dinamismo escénico, pero ello no ocurre. Es poco su aprovechamiento efectivo y más bien parecen cambios preparados para que el público recobre la atención perdida. Tampoco es suficiente el empleo de los recursos boxísticos para intensificar la acción. Predominó la desgana en escena, con un ritmo desarticulado, algunos titubeos al hablar y a veces limitada proyección de voz, además de que la iluminación no contribuyó a la adecuada percepción del espectáculo. Hasta el hecho de que dos actores hubiesen tomado cerveza (con invitación a dos espectadores), más allá de lo que pretendían expresar en escena, parecía una forma de mostrar verdadera hueva.

Me pregunto qué habrá entendido el público –formado principalmente de teatreros y estudiantes de teatro– acerca de esta obra, pues me atrevo a suponer que en su mayoría no son aficionados al box ni tienen idea de quién fue el boxeador cubano-mexicano, aunque exista más claridad en cuanto a las duras condiciones sociales que se padecen en Ciudad Juárez. Pero si no cabe duda de que es necesario hacerlo, hay que reconocer que hablar de la violencia se vuelve muchas veces un cliché para justificar cualquier obra de cualquier disciplina artística.

Sé que resulta fácil decirlo y no tanto llevarlo a cabo, pero esta función daba lugar para atraer a otros públicos y no seguir con la endogamia de que solo gente de teatro asista a ver teatro. Aunque tal vez no hubieran salido convencidos del todo, solo por la nostalgia hacia ese tremendo boxeador, excampeón del mundo, se hubiera podido captar a tantos aficionados al boxeo, como el taxista mencionado en escena, que trasladó a los actores a su hotel y que –como buen practicante del autocultivo yucateco– les contó que había jugado billar con Mantequilla.

Siguiente noticia

Trasladarse