Síguenos

Última hora

Gobierno de Yucatán otorga estímulos y días extra de aguinaldo a docentes y personal de preparatorias estatales

Cultura

¿Dónde dejamos al perro si no quiere morir?

Ivi May Dzib

Ficciones de un escribidor

IV

Es ahora cuando tenemos que decidir quién hablará con él, porque a pesar de que estamos seguros que no tiene nada en contra nuestra y tenemos la conciencia tranquila, existe la posibilidad de que el perro nos ataque y que ese ataque sea mortal. Aunque tenemos claro que quien nada debe nada teme, no podemos hacer a un lado la posibilidad, así que cada uno de nosotros expone la importancia de seguir con vida.

Aunque siendo honestos, si un jurado externo decidiera quién de los dos merece vivir, nos mandaría a ambos a la horca.

Pero entre tú y yo, seguramente que podemos llegar a un acuerdo en el que sólo uno tenga que exponerse. Llegamos a un trato, el que vaya a hablar con el perro irá armado de las palabras del otro, así que se quedará a salvo quien tenga el don de la palabra para poder salvar a este honorable matrimonio de morir sin techo y estar expuesto a una masacre.

V

Intento recordar si alguna vez quise al perro, pero no recuerdo siquiera cómo es que llegó a la casa. ¿Fue un caprichoso deseo de mi mujer que después de que se le pasó el interés lo dejó ahí tirado? ¿O fui yo quien lo eligió para hacernos compañía y después dejarlo a la intemperie?

La verdad es que no logro recordar y me preocupa que en verdad sea el monstruo que no es capaz de pensar en sí mismo y es que a veces, sobre todo cuando intento dormir tranquilo, no puedo dejar de pensar en todas las maravillas que quisiera que pasaran en mi vida, todas ellas irreales, y es entonces cuando caigo en cuenta de que nunca estoy acompañado, que en todos mis sueños estoy solo y disfrutando. Es ahí cuando pienso que mejor tendría que ser yo quien hable con él, total, si me mata nadie me extrañará.

VI

Empecé a entender que ella merecía morir y que el perro tenía toda la razón si decidía arrancarle las piernas. Pero no hubo una masacre, justo cuando empezaba a atacarla y me nacía la disposición de ser el siguiente, llegaron agentes del gobierno para matarlo a cambio de firmar unos pagarés en que nos comprometimos a pagar la deuda por salvar nuestra vida; mi mujer no dudó en hacerlo mientras era atacada, a mí no me quedó alternativa. No hay justicia en este mundo, porque si era cierto que nuestra vida como esclavos sería un infierno, no sería para el disfrute del perro, sino que sólo serviríamos como carne de cañón para personas a las que no les interesábamos para nada. Al menos, el perro sentía por nosotros un rencor genuino y disfrutaba el habernos dejado sin techo.

Ahora entiendo lo vacía que puede llegar a ser nuestra vida, cuando vivimos sólo por vivir y nos deja de importar todo con tal de respirar.

Siguiente noticia

Esteban, iluminado por el fuego