El público cubano que en diciembre de 2005, durante las intensas jornadas del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, acudió masivamente a las proyecciones del filme del realizador argentino Tristán Bauer, Iluminados por el fuego, sintió en carne propia, como sólo es capaz de infundir una obra cinematográfica narrada con eficacia y pulso artístico, el drama de los jóvenes que en 1982 participaron en la guerra de las Malvinas, mediante la cual los militares de turno al mando del país austral, enturbiaron una justa reivindicación con manejos políticos espurios, propios de su calaña.
Recuerdo haberme conmovido por la historia de Vargas y Esteban, castigados en medio del crudo invierno de las islas, por echar mano a unas ovejas para saciar el hambre, y recibieron como sanción pasar una noche entera sobre el suelo helado. Casi solté un improperio cuando vi a Vargas en el frente, aún enfermo, tambaleante, herido en una pierna, hasta que Esteban lo rescató.
Años después de ese tremendo y exitoso drama fílmico, llegó a mis manos el texto original del cual partió Bauer. Si la película se inscribía en el legítimo reino de la ficción, el libro responde al canon de la más pura literatura testimonial, esa que en Argentina fue alimentada por el genio de Rodolfo Walsh. Entonces descubrí que Esteban, el de la película, era realmente Edgardo Esteban, el hombre de carne y hueso que alguna vez fue ese pibe al que corretearon en las Malvinas, convertido en uno de los profesionales del periodismo audiovisual de mayor reconocimiento en el continente, como corresponsal en Buenos Aires del canal Telesur.
Malvinas, diario del regreso e Iluminados por el fuego configuran un único e inseparable volumen. Funciona su lectura como una especie de viaje a la semilla; primero está el reportaje del periodista que regresa en agosto de 1999, 17 años después de haberse contado entre los derrotados, y luego el testimonio publicado en 1993 en el cual Esteban, con la colaboración del escritor Gustavo Romero, exorciza los demonios de su mala ventura en las islas mientras cursaba el segundo año de su servicio militar.
Uno y otro texto se articulan y complementan. El diario inicial se halla poblado de enigmas que se despejan: la hostilidad de ciertos kelpers más patoteros (habitantes de las Malvinas, súbditos del Reino Unido de la Gran Bretaña) y la bondad de otros kelpers más comprensivos, el reconocimiento de los lugares en los que estuvo destacado el protagonista, la confrontación con los recuerdos de la muerte, el paralelismo entre lo que pudo ser y lo que fue. El escritor se explica con las siguientes negaciones: “Malvinas, diario del regreso no es simplemente mi testimonio de una guerra en la que nunca soñé estar, ni la muerte que tanto esperé, ni el dolor que tanto me torturó, ni el miedo que no me dejaba crecer, ni la indiferencia que padecimos después, ni la marginación que aún continúa, ni el silencio prudente que me aconsejaron guardar, ni la posguerra que no nos supo entender, puesto que ninguna de esas cosas me hizo perder el amor a la vida”.
Luego están las memorias de la guerra propiamente dichas, las que permiten armar el cuadro. Es bueno especificarlo: es el cuadro muy particular de Edgardo Esteban. No busquemos un análisis riguroso de los orígenes del conflicto, de su desarrollo y desenlace, ni un juicio histórico-social de los acontecimientos, aun cuando, obviamente, el autor, en tanto animal político, maneja datos y afila el escalpelo para escarbar en el sustrato de la realidad. Estamos justamente ante páginas donde la primera persona es exactamente la portadora de una experiencia intransferible por su subjetividad, aunque de muchos modos coral.
El conflicto de las Malvinas no está resuelto. La historia oficial británica ningunea la expedición de Alonso de Camargo, en 1540, para adjudicar al aventurero John Davies, en 1593, el descubrimiento de las Malvinas, para ellos Falklands, y sentar así el derecho de propiedad que se abrogaron ya entrado el siglo XIX, cuando ocuparon ese territorio insular y usurparon la soberanía que ejercieron desde 1810 a 1833 las Provincias Unidas.
Es bueno recordar cómo el 14 de diciembre de 1960, las Naciones Unidas por la Resolución 1514, establecieron que “todo el intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país, es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas”; que en 1962 el Comité de Descolonización incluyó a las Islas Malvinas en la lista de territorios a descolonizar; y que como un hecho indicativo del incuestionable derecho argentino de soberanía sobre las Islas Malvinas, el Movimiento de Países No Alineados declaró en su Cumbre de 1979 en La Habana, que las Islas Malvinas son argentinas y reclamó que Gran Bretaña las restituyera a sus legítimos dueños.
Este enero, Edgardo Esteban vuelve a estar en las noticias. El actual gobierno argentino, que encabeza Alberto Fernández, designó a Esteban como director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. “Este nombramiento tiene la emotiva particularidad de ser el primero que se otorga a un excombatiente cuyo compromiso con los derechos humanos, trayectoria profesional y recorrido personal lo ubican como una de las personas más idóneas para asumir este destacado lugar”, explicó el Ministerio de Cultura en un comunicado. Como reza el nombramiento, quizá ahora vuelva a posicionarse como una “institución dedicada a reivindicar la memoria de uno de los sucesos históricos más importantes de la Argentina” que, a su vez, busca “profundizar el conocimiento sobre el presente de las islas e incorporarlas al futuro como parte integrante” del país.