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Cultura

Fernando Castro Pacheco: trazos y memorias

IBlanca: sol del tiempo

Lo primero que llamó mi atención desde la calle fue una magnolia en floración que enseñoreaba su blancura junto a la escalinata. Después apareció una mujer impecablemente acicalada y vistiendo un hipil blanco. Por su voz la reconocí, pues días antes ella había tomado la llamada telefónica con la que pude entrar en contacto con Fernando a través de un truco maravilloso de Juan Helguera.

–Pase usted –me dijo Blanca y me condujo hasta el salón donde Fernando Castro Pacheco me esperaba de pie junto a una mesa redonda. Blanca se retiró con discreción y después de un rato regresó a ofrecernos café o alguna otra cosa para tomar. Tiempo después supe que Blanca me había otorgado la visa para entrar en el mundo de Fernando.

Yo había publicado, a finales de 1991, mi primer libro, en la colección “El ala del tigre”, de la UNAM. Emocionado, obsequié algunos ejemplares a amigos cercanos entre quienes se encontraba una cofradía de yucatecos que conocí por mediación de Carlos Illescas: Fernando Espejo, Jorge Tappan y Juan Helguera. Semanas después, en una reunión con Juan, me comentó que había leído mi trabajo del que afirmó que lo único que lamentaba es que le había gustado (conociendo a Juan, sé que ello le quitaba una oportunidad de ejercer conmigo la ironía corrosiva que lo caracteriza).

Antes bien, Juan fue generoso conmigo y me propuso que yo le hiciera llegar el libro a Castro Pacheco mediante un recurso que implementó con inteligencia y cortesía. La oportunidad, además, estaba pintada, pues yo vendría a Mérida dos semanas más tarde. Fue así como nos reunimos una mañana en Coyoacán, donde Juan llegó con un sobre manila mediano que contenía una fotografía y una carta. La foto es un documento histórico donde se contiene una imagen de Fernando, parado sobre un andamio, dibujando los trazos de uno de los murales que hoy podemos ver en el Palacio de Gobierno de Yucatán (la escena aconteció en “La Marranera”, una escuela semi-abandonada en los suburbios marginales de Coyoacán, donde Castro hizo los murales que después se transportaron a Mérida por tren); la carta (que Juan me leyó antes de cerrar el sobre) enviaba saludos y hacía una presentación afectuosa de mi persona.

Con el sobre y mi primer libro bajo el brazo, llegué a casa de Fernando un verano de 1992, ese día también conocí a una mujer maravillosa que en el nombre lleva cabalmente su divisa: Blanca Sol.

No soy de los que piensan que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. Más bien, a mí me parece que hay dos seres humanos que han aprendido a caminar juntos aunque no necesariamente en la misma dirección.

Hace unos días, Blanca Sol cumplió cien años y hubo una celebración a la que lamentablemente no pude asistir por coincidir con el festejo, en Valladolid, de los 80 años de mi tío más amado; mas Blanca siempre estuvo en mi corazón como ese personaje inteligente y sensible que estimamos con sinceridad quienes la conocemos.

Blanca Sol era una especie de aliento vital en el universo de Fernando; en ella, el silencio persiste y adquiere el carácter de una elocuencia musical. Blanca no es una mujer callada, mucho menos una mujer enmudecida; antes bien, es una especie de sacerdotisa que habla con el tiempo y sabe decir a tiempo lo estrictamente necesario. Fernando la obsequiaba con perfumes y libros y ella era mucho más que una presencia aromada y fragante, como esa magnolia que se enseñoreaba junto a la escalinata del frontispicio de su casa.

Los que conocimos a Fernando y convivimos con él, siempre lo ligamos con Blanca Sol, la compañera del que quizá fue el tramo más fecundo de su existencia y en el que su etapa de madurez como artista le llevó a cosechar frutos notables.

Hace dos años, con la modestia de mis posibilidades y con el apoyo del director de la Facultad de Arquitectura de la UADY, así como de mi estimado Jaime Barrera, logré organizar un homenaje centenario para Fernando, en el que ofrecí una conferencia y se exhibieron algunas de sus obras en el recinto. Al acto acudió Blanquita, quien me abrazó fuertemente después de mi intervención y me confiscó el texto que había leído para el efecto. Blanca Sol hace honor a su nombre: es muy clara en sus asuntos, es un ser luminoso y sin doblez por quien los amigos de Fernando sentimos un legítimo cariño no tanto por el propio Fernando, sino por todo aquello que Blanca nos obsequió con su gentileza.

Enero vio nacer a Fernando hace 102 años; enero vio nacer a Blanca hace 100: para ambos van mis abrazos y los de mi familia, más allá del más allá y no más lejos de los latidos de nuestros corazones.

Continuará

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