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Cultura

Cuando Carosone hizo la América

Sé de buena tinta que algunos de los más contumaces coleccionistas de discos guardan una placa de 78 revoluciones por minuto grabada en Italia y licenciada por el sello Musart, en México, con dos canciones de Renato Carosone y su cuarteto: Ufemia y Giuvanne Cu’a Chitarra, con el número de serie M-1802.

Hacia la mitad de los años 50, en México devino taquillazo la exhibición de la película española Marcelino, pan y vino, de Ladislao Vajda, muy a tono con el clericalismo franquista pero narrada, de tal modo, que sedujo a las multitudes. La historia del niño expósito, criado por frailes franciscanos, que conversa con Jesús, conectó con la religiosidad popular. Pasada la fiebre del filme, los mayores réditos fueron a la cuenta de Carosone, quien con la interpretación de Ricordati, Marcellino, se anotó un éxito rutilante.

En Cuba hubo, en determinado momento, idéntico fervor por Carosone. A fin de cuentas, La Habana fue la primera estación del periplo americano emprendido por el cantante entre 1957 y 1959. A Cuba llegó el 5 de enero de 1957, con unos cuantos temas bajo la manga y el atractivo de acceder a los espectáculos televisivos estelares.

Riccordati, Marcellino le había abierto puertas y muy pronto pegaría Piccolisima serenata y Torero. Entre los músicos de su pequeña banda estaba un compatriota suyo, Franco Laganá, quien se establecería en la isla hasta su deceso en 1979. En Cuba formó familia con la entrañable amiga y excelente bolerista María Elena Pena, voz líder de la agrupación encabezada por el guitarrista y compositor italiano –Franco Laganá y su combo– y, sin dudas, uno de los sucesos del pop que allí se cultivó por los años 60 y 70.

En la mira de Carosone estaban México, Venezuela y, por supuesto, Estados Unidos. Contaba con el encanto de la canción napolitana, en versiones ligeras, evanescentes, pegadizas, fáciles de memorizar y la asociación inevitable de aquellas melodías a la creciente fama de las grandes estrellas del cine italiano. Carosone, sin haber trabajado específicamente para la pantalla, era la banda sonora ideal para evocar los cuerpazos de Sofía Loren y Gina Lollobrigida, los tórridos paisajes de la costa amalfitana y los mercadillos mediterráneos.

Lo suyo no era O sole mío ni Torna a Surriento ni Santa Lucía ni Munasterio e’ Santa Chiara, pues su voz apenas alcanzaba a levantarse de la medianía, sino el silabeo sin pretensiones de Sarracino, Caravan Petrol, O suspiro, Maruzzella y Pigliate na pastiglia, creaciones aderezadas por el olfato comercial del letrista Nicola Salerno, más conocido por Nisa, y del propio Carosone, quien vio un filón en la combinación de los aires de su tierra con los ritmos tropicales latinoamericanos. Ejemplo, Mambo italiano.

El hombre no paró hasta echarse en el bolsillo a los empresarios del Carnegie Hall de Nueva York y a un público, no sólo compuesto por la comunidad italiana residente en la Gran Manzana. La canción más exitosa de la gira fue, precisamente, la primera que escribió junto a Nisa, Tu vuo fa l’americano, en 1956, por encargo del productor discográfico Rapetti de la Casa Ricordi, para un concurso de radio.

La pieza, quizá la de más vuelo del dúo creativo, la utilizó Melville Shavelson en la película Capri? (1960), por cierto cantada por Sofía Loren y Clark Gable. También apareció en El talentoso señor Ripley (1999), de Anthony Minghiella, protagonizada por Matt Damon.

La letra habla de esos italianos seducidos por el american way of life: whisky y soda, rock and roll y béisbol, cigarrillos Camel y pelo engominado, sin independencia económica ni rumbo propio. Es una sátira sobre el proceso de americanización que se produjo en los años posteriores a la guerra, cuando el sur de Italia seguía siendo una sociedad rural tradicional.

Carosone nació hace cien años en Nápoles, el 3 de enero de 1920. Estudió piano en el conservatorio local y en su juventud, en medio de la oleada fascista de Musollini, viajó a la Adis Abeba ocupada por el Ejército del Duce, donde animó en un bar las noches de los soldados y sus compatriotas destacados en Abisinia. Tanto le tomó el gusto a África, que permaneció allí hasta finales de los años 40, cuando regresó a Nápoles. Diez años de experiencia en el extranjero le habían hecho conocer nuevos ritmos y sonoridades, pero era un desconocido en casa. Recomenzó su carrera como pianista en pequeñas orquestas de baile, hasta que le encargaron formar un grupo para la inauguración de un local nocturno. Contrató al guitarrista holandés Peter Van Wood, a la vocalista chilena Beatriz Ferrer y al baterista napolitano Gegè Di Giacomo. Ese fue su primer cuarteto. Di Giacomo nunca lo dejó y fungió como ancla de las formaciones que vendrían después y con las que conquistó a América.

Otra rareza de Carosone. En 1960, de retorno a Italia, anunció en un programa de televisión que dejaría de cantar. En efecto, calló por quince años, mientras se dedicaba a la pintura de corte académico y con salidas comerciales que le permitían vivir a su aire. Volvió a la televisión en 1975, con presentaciones esporádicas especiales, bajo el signo de la nostalgia. Murió en Roma en 2001.

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