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Cultura

'Carrus navalis”

Emiliano Canto Mayén

Muy probablemente esta versión sea falsa, pero como toda buena ficción, es más elocuente y menos insulsa que la realidad. Se dice, todos los años, que la etimología correcta del término “Carnaval” es el adiós a la carne, pero, a despecho de los budistas, se puede engañar sin escribir una mentira y nada es más grosero que despedir a la materia con la cual estamos constituidos; es decir, en términos pedestres, tan sólo convirtiéndonos en espíritus podríamos anular las gozosas sensaciones del cuerpo nuestro de cada día.

En contraparte, un amigo del Cono Sur, estudioso incansable de libros raros y antiguos, me ha expuesto una teoría descabellada pero poética que el Diccionario de la Lengua Española jamás ha consignado ni tampoco se ha tomado la molestia de desmentir.

Según mi informante chileno, Carnaval proviene de “carrus navalis”, o sea, carruaje del océano o carroza del mar. Además, de acuerdo con ese latinista, con este nombre se conocía a una celebración pagana en la antigua Roma y aquí comienza un poema digno de Hesíodo ya que, según algunos fragmentos recién descubiertos, en la costa mediterránea, poco antes de la primavera, Momo, Baco y Selene le jugaba una broma al señor de los océanos.

Momo que todo lo invierte, resucitaba un barco hundido y lo desanclaba de lo profundo del mar, Diana alteraba el curso de las aguas y el dios del vino transformaba el líquido elemento en el placentero néctar de todas las fiestas.

En un puerto desafortunado, de tristes pobladores, llegaba Momo que todo ponía de cabeza junto con Baco al timón y, rebasando la orilla, el barco se deslizaba sobre la arena primero y luego flotaba sobre el suelo como si al piso lo surcara un arroyo invisible.

Momo tocaba la tambora, Baco bebía y la celeste virgen de la noche repartía las riquezas de aquella galera cargada de tesoros. A los miserables y abatidos que habían tenido la fortuna de ser escogidos, los poseían un júbilo y estupor increíbles ¿con que otra reacción se podía comprobar que sus ruegos habían sido escuchados?

Música alegre, vino y oro en abundancia. La magia de aquel “carrus navalis” era perturbadora en todos los sentidos pues la música era ditirámbica, se vertían caudales de vino y las perlas llenaban las manos de todos.

Tres días seguidos emergía el barco fantástico de las aguas. En el primero se rendía pleitesía a la reina de las mareas, en el segundo todos se inclinaban ante el señor del vino y, en el último, besaban los pies al soberano de lo estrambótico, el bufón del Olimpo. Con cada puesta del sol se esfumaban el galeón y sus tripulantes entre risas, cantos y la embriaguez del pueblo.

Aunque todo lo anterior, puede ser una farsa, merece repetirse e integrarse en el confuso y fértil repertorio de mitos de nuestra civilización.

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