Pedro de la Hoz
Había que tener un elevado sentido de la ética para reivindicar el nombre de una criatura estigmatizada por el macarthysmo pues uno mismo podía caer en desgracia.
El gesto de Kirk Douglas al encargar y acreditar el guión del filme Espartaco al escritor Dalton Trumbo pasó a la historia como un acto de valentía cívica en una época demasiado parecida a la actual en el escenario político estadounidense.
Tan relevante fue la acción de Douglas que ahora, cuando los medios se hacen eco de fallecimiento a los 103 años de edad, los obituarios dan cuenta del hecho situándolo a la par de sus notables desempeños en la pantalla, díganse Idolo de barro (Mark Robson, 1949), El zoo de cristal (Irving Rapper, 1950), Cautivos del mal (Vincent Minnelli, 1952), Duelo de titanes (John Sturges, 1957) o Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957).
Para este último director Douglas convenció a Dalton Trumbo que escribiera el guión de Espartaco, estrenada el 7 de octubre de 1960 y galardonada con cuatro premios Oscar.
Trumbo era un apestado. El Comité de Actividades Antiamericanas lo mantuvo en la lista negra a lo largo de los años 50 del pasado siglo, en medio de una furibunda campaña anticomunista. El escritor había alcanzado renombre en los predios de la industria fílmica de Hollywood. En 1940 obtuvo su primera nominación al Oscar en la categoría Mejor Guión Adaptado por Kitty Foyle, de Sam Wood con Ginger Rogers. Su reputación como creador de ficciones se hallaba apuntalada por el éxito de la novela Johnny got his gun (Johnny toma su fusil), de poderoso mensaje pacifista.
A la Segunda Guerra Mundial siguió la Guerra Fría: Occidente versus la Unión Soviética y Europa del Este. Estados Unidos comenzó a respirar la atmósfera de la histeria anticomunista. En marzo de 1947, la Cámara de Representantes se pronunció por investigar la presunta actividad comunista entre los creadores asociados a la industria cinematográfica. En octubre de ese año, Trumbo fue llamado a comparecer ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas.
“¿Es o ha sido miembro, del partido comunista? ¿Defiende o ha defendido a algún cabecilla comunista?” Silencio. Trumbo se negó a responder preguntas, basándose en la Quinta Enmienda a la Constitución acerca del derecho ciudadano a no autoincriminarse. Además enarboló la Primera Enmienda: “El Congreso no podrá aprobar ninguna ley conducente al establecimiento de religión alguna, ni a prohibir el libre ejercicio de ninguna de ellas. Tampoco aprobará ley alguna que coarte la libertad de palabra y de prensa…”.
Unos días después de su comparecencia escribió una carta a J. Parnell Thomas, presidente del Comité, en la que denunció los métodos de ese organismo. Apenas al año siguiente este individuo fue defenestrado por prácticas corruptas.
Trumbo no estuvo solo. Otros cineastas se negaron a declarar contra compañeros suyos; por tal motivo sufrieron persecución, incluso cárcel, y perdieron sus trabajos. Los consignados en aquella primera lista negra, además de Trumbo, fueron Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr., John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz y el productor Adrian Scott. Trumbo pasó once meses en prisión y a salir marchó al exilio mexicano.
Entre 1946 y 1960 escribe treinta y cinco guiones, en condiciones de anonimato y no siempre bien pagados. A todas estas, el prohibido Dalton sale a relucir de la manera más impensada. La Academia premia El bravo como el mejor guión de 1956. La actriz Deborah Kerr, en la ceremonia, llama al laureado, un tal Robert Rich, a recibir la estatuilla y nadie comparece.
Al día siguiente, no tardó en descubrirse que no existía ningún guionista con ese nombre. La conocida gacetillera Hedda Hopper desliza en su columna que hay gato encerrado. Entonces aparece un Robert Rich real, sobrino de los productores de la película, los hermanos King, quien confesó no haber escrito ni una sola línea del guión. El escándalo estalla. Trumbo concede una entrevista a la CBS y denuncia cómo la industria no sólo esquinó a los perseguidos, sino aprovechaba sus talentos como escritores fantasmas.
Por esos días Trumbo remite una carta a personalidades de la cultura. En la copia que conservan los herederos del célebre novelista William Faulkner se lee: “La lista negra que se creó por un momento producto eventual de un período borrascoso, se ha institucionalizado. El cine, vigilado y censurado por las autoridades federales, se ha convertido en un arte oficial. ¿Puede usted, como escritor con obras adaptadas a la pantalla, quizás por las mismas personas en nombre de las cuales formulo esta solicitud, dirigirme una declaración condenando la lista negra de Hollywood? Y autorizándome a publicarla en la prensa, pues esto será una tentativa suplementaria para destruir esta condenable empresa antes de que ella nos aplaste a todos”.
Kirk Douglas apostó claramente por Trumbo para el guión de Espartaco. Lo quería con nombre y apellido, sin subterfurgios en la pantalla. Hay que leer el libro Yo soy Espartaco del veterano actor recién desaparecido para conocer de cerca una historia enaltecedora de los principios. El esclavo rebelde dice en la película una frase que Trumbo y Douglas disfrutaron a plenitud: “Sólo un hombre que se sabe libre es capaz de liberarse de la esclavitud”.