Cuando en la mañana del 20 de abril de 1930 los lectores habituales del habanero Diario de la Marina tropezaron con las páginas del suplemento “Ideales de una raza”, quedaron atrapados entre la ira y el desconcierto. Bastante, para los comulgantes con el rancio conservadurismo de la línea editorial, heredera del secular espíritu colonial que dio lugar al periódico, con que se le permitiera a José Antonio Fernández de Castro, representante de la intelectualidad más avanzada, poner en manos de Gustavo Urrutia, un arquitecto y activista social negro, una sección semanal para reivindicar los valores de la gente de piel oscura, para que éste, colmo de colmos, publicara poemas de negros.
Entre los más enterados, desprejuiciados y atentos lectores predominó la sensación de que algo nuevo se cocía en los ocho breves poemas agrupados en el suplemento bajo el título genérico Motivos de son. Eso sí, no podían aquilatar en aquel momento la dimensión exacta de que eran testigos privilegiados de un impulso inédito en la lírica cubana, que repercutiría, con el ensanchamiento de la obra del poeta, en el ámbito de la literatura iberoamericana del siglo XX.
Nicolás Guillén, su autor, se hallaba próximo a cumplir 28 años de edad. Venía de Camagüey por segunda vez a La Habana. A pesar de haber nacido en una familia mestiza medianamente acomodada, con la muerte del padre se vio conminado a apretarse el cinto. Estuvo antes por primera vez en la capital, de la que regresó a su terruño desencantado con la rigidez escolástica universitaria. Escribió en un periódico camagüeyano y conoció a fondo las interioridades de la imprenta.
En 1926 dio el segundo y definitivo salto hacia La Habana. Había llegado el momento de desembarazarse de la resaca del modernismo y el neorromanticismo al uso en la poesía de la época, e intentar ser él por sí mismo, asistido por el talento, la sensibilidad y el aguzado sentido del oficio.
Contexto propicio: se insertaba en un momento crucial de la historia nacional –la percepción del aborto de la república martiana forzado por la injerencia de Washington y la corrupción de la política local; y la creciente repulsa al régimen dictatorial de Gerardo Machado– que se reflejaba en la vocación social de determinados círculos intelectuales (Revista de Avance, Grupo Minorista), en los atisbos iniciales de una vanguardia artística en la pintura y la música de concierto; y, no menos relevante para el poeta, la irradiación nacional de una especie musical, el son, nacida en el seno del pueblo.
Nicolás vivía y disfrutaba los sones del Sexteto Habanero, la gracia de la trova soneada de los orientales que venían a La Habana y ponía oído a los ritmos de la calle, a los bailes rumbosos y de pareja, mientras cultivaba el gusto por las formas clásicas de la poesía española y se interesaba por lo que sucedía con las comunidades afronorteamericanas en una sociedad profundamente racista, como lo era la cubana de entonces. En 1912 más de 3000 cubanos de piel renegrida fueron masacrados por el ejército republicano, sólo por reclamar derechos ciudadanos en un estado medianamente independiente gracias a su participación en la gesta anticolonial de finales del siglo XIX.
En Motivos de son, el joven bardo dio voz al negro y al mulato –de ambos sexos– que habitaba en los solares habaneros, trabajaba explotado en el puerto, dejaba la piel en las construcciones faraónicas de la burguesía, desempeñaba modestos oficios, engrosaba las filas mal pagadas de la servidumbre doméstica y luchaba por dejar atrás el estigma no muy lejano del látigo y el barracón.
La presencia negra en la trama social y cultural cubana había ocupado ya el centro de los estudios de Fernando Ortiz, se revelaba en las composiciones de Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán y asomaba en muestras poéticas precedentes como las de Ramón Guirao y el inefable José Zacarías Tallet.
Cada verso de Guillén implicaba un compromiso con la realidad de la que formaba parte el poeta; de modo que hubo simpatía, más no complacencia; filón costumbrista, más no pintoresco: el negro con su fonética y giros lexicales, el negro con sus rasgos físicos, afirmaciones y también, ¿por qué no? negaciones –el negro que reniega de la pasa, que aspira a “blanquearse” para ser mejor considerado, el negro que tiene a la abuela negra en la cocina, el negro que pretende vivir a costa de la negra (al problema racial se suma aquí una interesante perspectiva de género).
Hay que estar de acuerdo con el poeta y profesor Guillermo Rodríguez Rivera cuando afirma de Motivos de son: “Es una forma nuestra de la vanguardia; porque fue escandalosa, porque rompió con lo que se hacía habitualmente, porque colocó una nueva forma de poetizar en la tradición cultural cubana”.
Para quienes aún consideran, teniendo en cuenta la evolución posterior del poeta, que la colección distaba de asumir una postura crítica social, o que ésta resulta epidérmica, Nancy Morejón responde: “Para Guillén, Motivos de son es la primera interrogación de la realidad. (…) El poeta, en su afán de búsqueda, en su inconformidad, inaugura un proceso de conocimiento de su condición humana. Porque más que asustar al burgués, Guillén lo emplaza, al traer a la poesía personajes y ambientes de las capas más populares y expoliadas”.
A esto añadiría que, en todo caso, habría que plantear la ecuación de otro modo. El Guillén que madura en Songoro cosongo y alcanza la expresión lírica más depurada en las elegías o libros como El son entero y La paloma de vuelo popular, el Guillén que lanza a Cuba a navegar por el Caribe y el mundo, el Guillén que avizoró la plenitud de nuestra integración sociocultural al concebir “el color cubano”, no se explica sin estos tremendos Motivos de son.