Marta Núñez Sarmiento*
Metodología de los “por qué”
XI
Otra sugerencia para el estudio de caso, igual que para cualquier método que empleemos, es dejar que cada caso “cuente su historia”, permitirle que “hable por sí mismo”. Si lo hacemos aseguramos que las situaciones relaten sus verdaderas historias o, al menos, las que nos quieren contar. Añado esto porque los grupos humanos, las instituciones, las comunidades y las personas construyen versiones acerca de sus procederes. Hay que respetar estas interpretaciones a la vez que echamos manos a los recursos metodológicos de la sociología, la psicología, la antropología, la etnología y cualquiera otra técnica contemporánea de la educación popular y del etnopsicoanálisis para comprender los “significados” de los “significantes” con que los casos nos cuentan sus comportamientos.
Aplico esta sugerencia cuando inserto en mis entrevistas refranes populares cubanos sobre los temas que analizo, se los presento a mis interrogados y, de acuerdo a lo que me respondan, intento desenterrar los sentidos de cómo las personas nos cuentan los hechos sociales que “viven” y que me interesan. En una ocasión utilicé para revelar sus concepciones sexistas el refrán “La mujer tiene que parirle a un hombre para amarrarlo”, que se repite en Cuba hace decenas de años. Analicé los contenidos de sus expresiones para dejar ver la ideología sexista que trasmitieron y, a la vez, diferenciar cómo lo percibieron los hombres y las mujeres de la muestra, de acuerdo a sus rasgos sociodemográficos. Sucedió que las mujeres que estaban a punto de jubilarse en Cuba, que parieron una o dos veces y que se convirtieron en jefas de hogar por haberse separado de sus exparejas, otorgaron un sentido a este refrán muy distinto al de las mujeres jóvenes que comenzaban a ejercer como profesionales y que no tenían hijos. Un hecho supuestamente “trivial”, como pudiera ser esta “sentencia”, se convirtió en una expresión ideológica de las relaciones de género en un momento determinado de la historia de mi país, con diferentes interpretaciones según las clases sociales, los ciclos de vida, las profesiones y las zonas de residencia de las personas. Lo mismo sucede cuando se confiere sentido a las letras de canciones, a los chistes, a los piropos, a los modos de bailar y de vestirse.
Al enfrentarnos por primera vez a nuestros estudios de caso desconocemos qué encontraremos. No sabemos qué nos contarán las personas sobre ellas mismas acerca de las cuestiones que los investigadores les pediremos que nos hablen. Los individuos tienen muchos estilos para comunicar sus opiniones. Lo hacen de forma realista, detallando cada aspecto que les preguntamos intentando acercarse a las verdades, que siempre son las suyas. He conversado con mujeres profesionales que me confesaron puntualmente por qué no querían asumir cargos de dirección en sus empleos y, sin embargo, cuando se los asignaron “desde arriba” no tuvieron más remedio que asumirlos. O nos dicen lo que suponen que los investigadores deseamos oír, que no se parece a las experiencias que de verdad viven. Cuando con sumo respeto y discreción pregunté a una obrera si había sido objeto de violencia por su marido me respondió, “¡Pon ahí que yo nunca dejo que un hombre me pegue!”. Sin embargo, como conviví en su comunidad durante la observación participante conocí que su marido la sometía a hechos violentos. Otros nos detallan solamente aquellas cuestiones en las que ellos necesitan de nuestra ayuda para resolverlas. Esto es común cuando indago sobre las condiciones de la vivienda, porque es una de las carencias más grandes que sufrimos en Cuba. Pueden respondernos “telegráficamente”, es decir, con tan parcas palabras que tenemos que insistir para que expliquen qué intentan decir. Lo he experimentado cuando indago sobre los abortos que se han hecho. No ocultan el número, pero casi no explican por qué los hicieron. Tenemos que observar sus lenguajes extraverbales mientras conversamos, sus enojos, sus alegrías o vergüenzas, porque nos interesa comprender sus estados de ánimos sobre los hechos y sentimientos que nos relatan. Pueden mostrarse retraídos o incómodos cuando nos hablan de temas delicados como el hijo que emigró, a lo que tenemos que mostrarles respeto. Debemos observar atentamente los ambientes en los que suceden los “casos” que nos interesa conocer: si estudiamos las relaciones laborales entre mujeres y hombres en un centro de trabajo debemos absorber los vínculos entre los jefes y sus subordinados, los que existen entre mujeres y hombres, las condiciones en que trabajan (acceso a baños, su estado de limpieza, si las medidas de seguridad laboral funcionan, cómo se visten al llegar al centro y qué ropa usan durante la jornada de trabajo y otras cosas que se nos ocurrirán sobre la marcha). Debemos estar al tanto de que mientras entrevistamos u observamos a los grupos y personas ocurrirán interrupciones. Sucede frecuentemente cuando conversamos con las personas en sus hogares. Otros miembros de la familia pueden sentarse a nuestro alrededor y nos resulta incómodo pedirles que nos dejen a solas. Aquí tenemos que usar métodos de actuación a lo Stanislavski para, en un momento oportuno, solicitarles que deseamos estar a solas con nuestro entrevistado. Otras personas pueden usar la entrevista o la observación para hacer catarsis sobre lo que indagamos y acerca de otras cosas que no nos interesan pero que les angustian. Sugerencia: paciencia, mucha paciencia.
Los estudios de caso exigen que las situaciones y las personas se parezcan lo más cercanamente posible a cómo son. Esto no impide reconocer que los investigadores somos quienes decidimos cuál es la verdadera historia. En ello influye la profesionalidad del investigador, quien debe cumplir los mandatos de mantener un equilibrio entre su compromiso y su distanciamiento. También debe dedicar un tiempo suficiente para descorrer todas las cortinas que ocultan los procederes de las situaciones y de las personas que son su objeto de interés. Ello implica que su trabajo de campo tiene que ser suficientemente largo para que no pierda los detalles que no previó y que resultan vitales para explicar cómo viven las personas los eventos o los casos que decidió analizar. A veces el tiempo que le dedicamos sobrepasa el que consagramos a sintetizar en el informe final las informaciones que recogimos. Nunca olvidemos que Armand Mattelart aconseja dedicar el 60 % de todo el estudio a recapacitar sobre los hallazgos para redactar los resultados. Ni yo misma cumplo este requisito y por eso siempre cargo con una enorme culpa, porque me atrae sobremanera dedicar mucho tiempo a convivir con las situaciones en los lugares donde suceden.
Otra propuesta indica que hay dos lógicas en nuestras investigaciones. La primera, la “lógica de la investigación”, discurre desde que redactamos el diseño hasta que concluimos la recopilación de las informaciones. La segunda es la “lógica de la exposición” que acometemos cuando decidimos cierta manera de redactar el informe final. Esta forma adoptará tantos estilos como requiera cada estudio de caso. Si queremos publicarlo en una revista científica tenemos que atenernos a las reglas de redacción de cada publicación y someternos a la violencia intelectual de los editores con quienes establecemos una relación de odio mientras enmendamos lo que nos piden y de amor cuando vemos los resultados de una redacción elegantemente científica. Si este artículo lo presentamos en un evento científico tenemos que ajustarnos a los 5, 10 o 20 minutos que nos dan para exponerlo. ¡Ojo!, no lo llenemos de imágenes de Power Points, con las que desconcertamos a quienes nos escuchan porque tienen que luchar entre atendernos y seguir las imágenes que proyectamos. O pueden darse el lujo que he disfrutado en Unicornio de POR ESTO! de exponer coloquialmente los resultados de mis experiencias como investigadora y docente.
Existen tres variantes de estudios de caso según quién selecciona el tema y a quiénes se les asigna.
En una de ellas un solicitante pide un estudio de caso y exige ciertas normas. Así sucede cuando una organización como una agencia de las Naciones Unidas solicita a un experto que lleve a cabo un estudio para evaluar si sus dependencias en un país cumplen con el enfoque de género.
Otra variante implica que quien investiga selecciona uno o varios casos para que representen determinados aspectos del fenómeno global que deben explicar. Realicé estudios de este tipo por varios años cuando analicé las encuestas de opinión de los cubanos americanos de Miami Dade sobre la política de EE. UU. hacia Cuba que desde 1991 realiza el Instituto de Investigaciones de opinión pública (IPOR) de la Universidad Internacional de la Florida. Cada encuesta seleccionó a sus encuestados por la vía de la representatividad estadística, pero mi estudio de caso resultó cualitativo porque agrupé las respuestas de acuerdo a los temas que me interesaban.
La variante más usual sucede cuando el investigador se propone conocer un evento determinado aunque su caso no sea estadísticamente representativo. Esto lo hice en mi estudio sobre cómo se han desarrollado los semestres en el extranjero, en La Habana, de universidades de EE. UU. entre 2002 y 2017 y cómo han cambiado las actitudes hacia mi país de los estudiantes que vivieron esas experiencias en Cuba por 3 o 4 meses.
Tengo unas últimas sugerencias para llevar a cabo los estudios de caso. La ética nos obliga a que cuando penetramos en la privacidad de las personas que estudiamos, debemos recurrir al anonimato para respetar sus identificaciones. Hay que devolverles los resultados de nuestros estudios antes que decidamos hacerlos públicos. Es preferible conocer mucho de un caso por atípico que sea que conocer poco de varios casos que sean estadísticamente representativos. El propósito del estudio de caso no es representar al mundo, sino representar bien el caso elegido.